LIBELLUS - JORDAN DE SAJONIA

LlBELLUS
DE PRINCIPIIS ORDINIS PRAEDICATORUM

Fray Jordán de Sajonia OP

Aunque el Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum y la encíclica de la traslación del cuerpo de Santo Domingo se consideran realmente como dos opúsculos distintos, nosotros, por ser esta última una continuación del Libellus, los estimamos como una misma obra.

Autenticidad de la obra: Ante todo, hemos de considerar que Jordán no es solamente el primer historiador de la Orden, sino que "su Libellus –como dice Scheeben– es también el punto de partida y la base para todo escritor o historiador posterior de las cosas de la Orden" . Constantino de Orvieto, en la dedicatoria de su Leyenda, afirma que Jordán de Sajonia fue el primero que escribió sobre Santo Domingo . Gerardo de Frachet, en su obra Vidas de los Frailes, menciona varias veces este opúsculo del Beato Jordán . Teodorico de Appoldia lo consulta para su obra y Bernardo Guy considera a Jordán como el primer historiador de Santo Domingo por su obra De principiis Ordinis Praedicatorum . Pero no hay ningún argumento tan contundente para probar la autenticidad de la obra y su prioridad como el testimonio del mismo Beato Jordán en el prólogo de la obra y en numerosos pasajes de la misma .

Fecha de redacción del "Libellus": Aunque no sepamos con toda precisión la fecha en que Jordán comenzó a redactar su Libellus, del prólogo se desprende claramente que estaba concluida la obra antes del 3 de julio de 1234 . Según Scheeben, trabajaba ya en su composición por diciembre de 1231 .

Título de la obra: Jordán no da ningún título a su obra, y en las ediciones posteriores nadie le asigna con unanimidad el mismo título. Sin embargo, aunque primordialmente sea una biografía de Santo Domingo, por tratar también de otros frailes, hemos adoptado el título cuya pauta nos da el mismo Beato Jordán en el prólogo de su obra al intentar referir "cómo tuvo origen la Orden de Predicadores": Orígenes de la Orden de Predicadores.

Objeto del "Libellus": El Maestro Jordán escribió su obra a ruegos de "muchos frailes –como él mismo dice– deseosos de saber cómo tuvo origen la Orden de Predicadores… cuáles fueron los primeros frailes y cómo se multiplicaron y fueron confortados por la gracia de Dios” . Así germinó en su mente la concepción de esta obra, y le dio alientos para llevarla a cabo el deseo de evitar que “los hijos que luego nazcan y se levanten ignoren los orígenes de su Orden y quieran inútilmente conocerlos cuando no se halle, a causa del tiempo transcurrido, quien pueda relatarles nada cierto” . Con estas palabras declara implícitamente el Beato Jordán que su obra es la primera que se escribía acerca de este asunto.

Su tema –dice Scheeben– es la historia de la Orden y quizás no la vida de Santo Domingo; por eso escoge el estilo de crónica, no de vida o de leyenda, y solamente alguna vez se aparta de la narración cronológica, como al tratar de su amigo Enrique de Colonia. Un examen minucioso del Libellus atestigua que Jordán no perdió nunca de vista su propósito de escribir para los jóvenes. Es absolutamente inadmisible atribuirle intención de hacer propaganda en favor de la traslación. Si hubiera tenido este propósito, hubiese hecho que lo abarcara todo. Para divulgar a Domingo no es necesaria la vida de Enrique de Colonia ni la historia de Bernardo. A su vez, Diego apenas ha podido ser pintado con vivísimos colores. Supuesto esto, Jordán hubiese escrito sencillamente una vida de Domingo y no una crónica de la Orden" . Es muy probable que redactase su obra también con vistas a la posible canonización de Domingo .

Naturaleza histórica del "Libellus": La naturaleza, rigurosamente histórica, de esta obra se apoya en las fuentes de información, la sinceridad del autor y la veracidad objetiva de los hechos que relata.

Las fuentes de información no pueden ser más legítimas. Todo lo que se narra lo "investigué y pude comprobar –dice Jordán de labios de quienes intervinieron en los principios, vieron y escucharon al venerable siervo de Cristo, el bienaventurado Domingo y “…aunque no fui de los primeros frailes, con ellos, sin embargo, traté, y al mismo bienaventurado Domingo, no sólo antes de entrar en la Orden, sino después, viviendo en ella, vi bastantes veces y alterné familiarmente con él, con él me confesé, por su voluntad recibí el diaconado y vestí este hábito a los cuatro años de haber fundado la Orden. He Juzgado, pues, conveniente consignar por escrito lo que personalmente vi y oí y lo que supe, por relación de los primeros frailes, de la vida y milagros de nuestro bienaventurado Padre y de algunos otros frailes" . Por consiguiente, la autenticidad de las fuentes de información es indiscutible .

“Al Beato Jordán puede considerársele como un testigo ocular de lo que cuenta, aunque no lo haya sido en realidad; la razón de ello está en la afectuosa veneración de que ha rodeado siempre la memoria de Santo Domingo, de que es buena prueba su Leyenda, y que le había de impulsar a escudriñar cuanto pudiera para hacer más luz sobre la veneranda memoria de su Padre y en la facilidad con que podía llevar a cabo esta inquisición, rodeado como estaba de religiosos que habían conocido largamente al santo Patriarca y pisado sus huellas benditas en los viajes incesantes que en los quince años de su gobierno hizo por Francia e Italia” .

Otras de las cualidades que vienen a reforzar el crédito histórico que merece la obra es la sinceridad del autor. No podía faltar en quien escribía guiado por el empeño de dar a la posteridad una fiel reproducción de la figura de Santo Domingo y en quien, además de esta rectitud en el fin, brillaba la más limpia dignidad personal y el más equilibrado sentido de ponderación. No hay en su biografía tesis alguna de historia pragmática que condicione, con fines ajenos a la objetividad histórica, la sujeción que todo autor ha de tener a los hechos reales, ni que ate o ponga trabas a su expresión sencilla y directa; por el contrario, la más estricta fidelidad a los sucesos es lo que da a la narración de Jordán esa grave andadura y ese ritmo pausado de crónica oficial de acontecimiento o de acta académica. El Maestro Jordán no pensaba cuando escribía más que en damos, con la máxima puntualidad y precisión narrativa, el hecho desnudo y el dato escueto, no haciendo otro alarde que el de sumisa sinceridad. "Jordán –como dice Scheeben– es cronista, no panegirista; por esto gana su Libellus como recopilación digna todo crédito. Él quiere narrar la verdad, y de su narración está excluida toda duda. Es cierto que en cada caso refiere fielmente su juicio. El mismo Jordán declara alguna vez que él podía narrar más ampliamente, pero no toma para su Libellus lo que le parece suficientemente probado . No obstante su propósito, ha tomado algunas confidencias que no son exactas; verbigracia, no es cierto que Diego reformase el cabildo de Osma . Por el contrario, Jordán ha valorado, mejor que ningún cronista posterior la conferencia de Montpellier , de gran importancia para la Orden. Tiene fijadas las fechas de todos” .

Estas inexactitudes, de poca trascendencia para lo que se refiere directamente a la vida de domingo son más bien garantía de perfecta sinceridad que de torcida intención. En riguroso sentido histórico, solamente son comparables en sinceridad con los relatos del Maestro Jordán de Sajonia las declaraciones juradas de los testigos del proceso de canonización de santo Domingo en conjunto. El beato Jordán mide la trascendencia de los hechos pesando concienzudamente las palabras con que los refiere.

El tercer puntal que presta garantía de estricta autenticidad a esta obra del Beato Jordán es la veracidad objetiva de los hechos que narra, a pesar de que, como hemos dicho antes, escapasen a su sagaz inquisición algunos detalles de información meramente externos a la vida de Domingo.

El mayor argumento en favor de esta veracidad es que nada de lo que él dice ha sido rectificado o negado por las biografías posteriores de otros hagiógrafos que pudieron muy bien informarse en fuentes del todo fidedignas, sino que, al contrario, ha sido confirmado por ellos. Además, todo lo que relata era muy conocido de muchos contemporáneos de Santo Domingo que aún vivían; entre ellos, todos los testigos jurados que depusieron en el proceso de su canonización, muchos de los cuales conocían ya el Libellus del Beato Jordán, sin, que en sus declaraciones dijeran nada que estuviese en contradicción con la obra del Maestro Jordán.

Sometiendo a un examen comparado las declaraciones del proceso y la otra de Jordán, se llega a la conclusión de que entre ellos existe el más entrañable acuerdo y la más perfecta consonancia.

Con todo, para deslindar mejor los recelos que pudieran surgir en la lectura del Libellus canal del Beato Jordán, hemos de considerar –como dice el P. M. Canal– que la obra tiene dos zonas: una abarca hasta el año 1219, en que el bienaventurado Domingo vino de España a París y conoció al Beato Jordán; la otra se extiende hasta la muerte del santo Patriarca. La primera parte puede y debe corregirse en algunas cosas de poca trascendencia; pero la segunda, al menos en aquello que se relaciona con la vida y santidad del glorioso Padre y Maestro, pide nuestro incondicional asentimiento .

Importancia del "Libellus": De todo lo anterior se desprende lógicamente la importancia que tiene el Libellus de Jordán, sobre todo como arsenal informativo para las biografías escritas más tardíamente.

Tan es así, que todos los hagiógrafos posteriores toman como punto de partida la obra del Beato Jordán, siguiendo muchas veces paso a paso y, frecuentemente, copiando pasajes del Libellus, y en algunos puntos se llega a tal extremo, que las afirmaciones de aquéllos en tanto tienen reconocido valor histórico en cuanto conciertan con las del Beato Jordán. Por ello son muy justificadas aquellas palabras de Altaner: "Visto a la luz de las fuentes dominicanas posteriores, se manifiesta el Libellus de Jordán De initio Ordinis Praedicatorum como obra primera y fundamental de los comienzos de la Orden dominicana, a pesar de las constantes lagunas de la antigüedad. Allí se han nutrido, directa o indirectamente, todos los biógrafos y cronistas posteriores de la Orden, y todas las restantes fuentes manuscritas del siglo XIII han añadido, desgraciadamente, muy pocos materiales nuevos y aptos históricamente" .

Con todo, como dice Scheeben, “el Libellus es una fuente directa, pero muy exhausta. Cuando ya Pedro Ferrando y Gerardo de Frachet hubieron utilizado, para sus crónicas de la Orden y la leyenda litúrgica, el material biográfico sobre Santo Domingo, el Libellus casi cae en el olvido. Sólo Teodorico de Appoldia lo usa directamente. El primero en revalorizarlo es Echard" .

También es verdad que el Beato Jordán no cuenta todo lo que hay acerca de la vida de Santo Domingo, pero esto queda justificado plenamente, pues no tenía a su alcance otra cosa que consultar, cuando redactaba la obra, que su memoria , por lo cual, necesariamente, se le habían de escurrir algunos detalles. Estas deficiencias, sobre todo en relatos de milagros, son las que se propusieron reparar los hagiógrafos más tardíos. Todo lo cual viene a confirmar, una vez más, que "el argumento del silencio por parte del Beato Jordán no tiene un valor absoluto" y que muchas de las cosas que omite no lo hace intencionadamente.

Carácter literario del "Libellus": En el Libellus sobresale una ponderada sobriedad, que le inmuniza de caer en el defecto, en que otros cayeron, "de agrandar la vida, de por sí suficientemente grande" , del eximio patriarca Domingo. Además, su corrección literaria nos declara que estamos en presencia de algo más que un hábil latinista. El P. Mandonnet ha hecho de Jordán y de su obra este considerable elogio: "En su obra De Initiis Ordinis Praedicatorum, consagrada a la historia de Santo Domingo y a los primeros lustros de su institución, Jordán se revela como un maestro en el arte de la composición. El bello orden de esta obra, la sobriedad y la ágil andadura de la exposición, la pureza del estilo, la elegancia de la redacción, ponen a nuestro autor, desde el punto de vista de la perfección de la forma, muy por encima de la mayor parte de sus contemporáneos, y al menos sobre los muchos historiadores que tuvo Santo Domingo en el siglo siguiente a su fallecimiento. Con el segundo Maestro general de los Predicadores nos encontramos ante un notable literato ".


I . M A N U S C R I T O S

Conocemos la existencia de dos antiguos códices que hoy han desaparecido.
1. ECHARD editó el Libellus según un códice del siglo XIII que perteneció a las monjas de Prulla.
2. Los BOLANDOS en AS dan la edición del Libellus "ex antiquo manuscripto membranaceo uxamensi".
Los manuscritos del Libellus que se conservan son:
3. En la biblioteca de la Universidad de Wurzburgo se encuentra un códice con la signatura M. P. Th. Q. 57. Consta de dos partes. La primera data de 1330; la segunda, de 1400. La copia del Libellus está hecha sobre un ejemplar compuesto por el año 1242.Taurisano da la descripción exacta del códice . El Libellus ocupa el fol. 7v-25.
4. En la biblioteca de San Marcos, de Venecia, se halla otro manuscrito del siglo XV, Ms, lat. 3.287 fol. l-23. De Rubeis , Valentinelli y Taurisano han hecho una detallada descripción de este códice. Procede del convento de Bolonia. El Libellus está en la col.1-23.
La encíclica sobre la traslación Solet divina bonitas se halla en:
5. El manuscrito de San Marcos, de Venecia, ya mencionado, fol. 21r-23r.
6. En un códice del siglo XIII-XIV perteneciente al convento de frailes Predicadores de Bolonia, fol.71r-72r. El códice ha sido descrito por Taurisano .
7. Biblioteca Vaticana, Cód. Lat. 10.152, de fines del siglo XIV. La encíclica ocupa el fol. 176r-179v.
8. En el Archivo General de la Orden de Predicadores, en Roma, se halla una buena parte de los manuscritos que contiene las Chronicae ampliores I de A.TAEGIO, con la signatura XIV, 51, donde se halla también la encíclica, aunque imperfectamente copiada .


II. E D I C l O N E S

1. La primera edición depurada del Libellus nos la dan Quetif -Echard . Está hecha sobre un códice del siglo XIII que perteneció a las monjas de Prulla, pero que hoy ha desaparecido . Según Scheeben, este códice no es anterior a 1259 . La edición de Quétif-Echard lleva sagacísimas acotaciones críticas, muy dignas de tenerse en cuenta. El prólogo del Libellus va, separadamente, en la p. 99 de QE, cuando hace la reseña de los escritos del Beato Jordán.
2. Los Bolandos hicieron otra edición del Libellus, sacada del “ex antiquo manuscripto membranaceo uxamensi” de su biblioteca .
Dicho manuscrito pereció entre las turbulencias de la Revolución francesa. Hacen mención del viejo manuscrito, sin damos detalles precisos. Lo cierto es que en el manuscrito de los Bolandos el pasaje que el Capítulo general de 1242 determinó borrar de la Leyenda de santo Domingo, escrita por el Beato Jordán , estaba borrado; pero, a pesar de ello, aún se podía leer. En esta edición, los Bolandos copiaron hasta los defectos del códice.
3. El P. J.-J. Berthier hizo una nueva edición refundiendo las ediciones de Quétif-Echard y los Bolandos, "non eruditionis sed aedificationis gratia": Beati Iordanis de Saxonia: Opera (Friburgi-Helvetiorum 1891) p.1-40.
4. El P. Maximiliano Canal reeditó la del P. Berthier: ASOP, iunius-augustus 1934, 21 p.482- 503.
5. H. Scheeben volvió a hacer una edición del Libellus en MOPH 16 (1935) p. 25-88. Esta lleva una valiosa introducción crítica sobre la obra y su autor. La edición de Scheeben está hecha sobre el códice de Venecia, utilizando en los números del 1 al 4 el códice de Wurzburgo en su segunda parte. Sin embargo, anota todas las variantes de los diversos códices.
6. Las numerosas ediciones de la encíclica han sido registradas por los BOLANDISTAS en Bibliotheca hagiographica latina antiquae et mediae aeatatís (Bruxelles1898-1901) Y Bibliotheca hagiographica latina antiquae et mediae aetatis, edit altera (Bruxelles 1911). Todas ellas, como dice Scheeben , provienen directa o indirectamente, de la edición de A. BZOVlO, Annales eccles... Baronium t.13 (Coloniae Agr.1616).
7. El P. B. Reichert copió la encíclica para su edición en MOPH 5 p.1 Anm.1, de un códice del siglo XIV, del que no señala su procedencia.
8. ASOP 4 (1899) p. l76-179, transcribe la encíclica según el códice de Ambrosio Taegio, ya mencionado.
9. Berthier transcribe la de Bzovio en Beati Iordanis de Saxonia, Opera p. 43-48.
10. Scheeben utiliza, principalmente, para su edición en MOPH 16 p. 82-88 el códice de Venecia consignando las variantes de los manuscritos donde se encuentra la encíclica sobre la traslación

III. V E R S I O N E S

1. El P. Getino (Santo Domingo de Guzmán, Vergara 1916) realizó una versión del Libellus al castellano. Pero hemos de advertir que esta traducción es bastante fragmentaria. Está hecha sobre la edición de Quétif-Echard.
2. Existe una versión italiana de Giuseppina della Stella en el VII Centenario di S. Domenico. Bolletino mensual ill. (Ravenna 1921-1922) p. 194ss. 276ss. 406ss. 420ss, 475ss. 528ss. Esta versión sigue a la edición de Berthier.
3. M. D. Kunst publicó una traducción alemana del Libellus en 1949.
4. M.H.Vicaire, en su obra Saint Dominique de Caleruega... (París 1955), presenta una versión realizada sobre la edición crítica de Scheeben (MOPH 16, Roma 1935).
Estos mismos traducen la encíclica sobre la traslación.

IV. N U E S T R A V E R S I O N

Hemos realizado nuestra versión guiándonos por la edición crítica del Libellus que hizo Scheeben, teniendo en cuenta las variantes de los códices. Para la encíclica sobre la traslación hemos utilizado la edición de Berthier.
La numeración de los capítulos es nuestra. Los títulos de los mismos corresponden en parte a los de la edición de Scheeben, otros a la de Berthier, y algunos están ligeramente retocados. También se ha tenido en cuenta y ha servido de orientación muchas veces la traducción castellana del Libellus realizada por el P. Getino.






ORIGENES DE LA ORDEN DE PREDICADORES

PRÓLOGO

A todos los frailes de la Orden de Predicadores, hijos de gracia y coherederos de la gloria , fray Jordán, inútil siervo suyo, salud y alegría para proseguir en la santa profesión.

Rogándomelo muchos frailes, deseosos de saber cómo tuvo origen la Orden de Predicadores, que la divina Providencia suscitó contra los peligros de estos últimos tiempos, cuáles fueron los primeros frailes y cómo se multiplicaron y fueron confortados por la gracia de Dios investigué y pude comprobar de labios de quienes intervinieron en los principios, vieron y escucharon al venerable siervo de Cristo, el bienaventurado Domingo, primer Fundador, Maestro y fraile de esta Religión, que viviendo entre los pecadores conversaba con Dios y con los ángeles, custodio de los preceptos, émulo de los consejos, servidor de su Creador en todo lo que se le alcanzó, brillando en la negra calígine de este mundo por su inocente vida y por el candor de su santísima conversación.

Así, me ha parecido poner todo esto por orden, pues aunque no fui de los primeros frailes, con ellos, sin embargo, traté y al mismo bienaventurado Domingo, no sólo antes de entrar en la Orden, sino después, viviendo en ella, vi bastantes veces y alterné familiarmente con él, con él me confesé, por su voluntad recibí el diaconado y vestí este hábito a los cuatro años de haber fundado la Orden. He juzgado, pues, conveniente consignar por escrito lo que personalmente vi y oí y lo que supe por relación de los primeros frailes de la vida y milagros de nuestro bienaventurado Padre Domingo y de algunos otros frailes según que las circunstancias me lo traigan a la memoria, no sea que los hijos que luego nazcan y se levanten ignoren los orígenes de su Orden y quieran inútilmente conocerles cuando no se halle, a causa del tiempo transcurrido, quien pueda relatarles nada cierto.

Por tanto, hermanos míos e hijos amadísimos en Cristo, recibid devotamente lo que voy a referiros, recogido de cualquier modo, para vuestro consuelo y edificación, e inflamaos en la caridad de nuestros primeros frailes.























Comienza la Vida del bienaventurado Domingo,
primer Padre de los frailes Predicadores


C A P I T U L O I

DIEGO, OBISPO DE OSMA, CONSTITUYE A SUS CANÓNIGOS BAJO LA REGLA DE SAN AGUSTÍN


En tierras de España hubo un varón de vida venerable, Diego, obispo de la Iglesia de Osma, al cual enaltecían la nobleza de su sangre, la ciencia de las Santas Escrituras y, más aún, la pureza de sus costumbres. De tal manera estaba su corazón unido a Dios, que, despreciándose a sí mismo y buscando sólo los intereses de Jesucristo , todo su empeño consistía en conquistar las almas a fin de que los talentos que recibiera de Dios diesen créditos a su Señor con usura .

Andaba solícito indagando dónde pudiera encontrar hombres eximios en la virtud por la honestidad de vida y costumbres, a fin atraerlos a sí y otorgarles algún beneficio en su iglesia. A los súbitos suyos en quienes adivinaba una voluntad desidiosa, más inclinada al mundo que a la virtud, persuadía con palabras e invitaba con ejemplos a una vida más religiosa, a unas costumbres más laudables.

Luego, con reiterados avisos y solícitas exhortaciones, trató de persuadir a sus canónigos que aceptasen la observancia de la vida canónica bajo la Regla de San Agustín.
Fue tanta su solicitud en esto, que aun cuando algunos canónigos se oponían, al fin los inclinó a su parecer.

C A P I T U L O I I

NACIMIENTO DE DOMINGO EN CALERUEGA


En tiempos de dicho obispo hubo un adolescente, llamado Domingo, oriundo de la misma diócesis, de una villa que denominaba Caleruega.

A su madre, antes que lo concibiera, se le mostró en visión que llevaba en su vientre un cachorrillo con una tea encendida en la boca y que, al salir de sus entrañas, prendía fuego a todo el mundo con lo cual se prefiguraba que el hijo que había de concebir sería predicador insigne, que, con el ladrido de su santa palabra, excitase a la vigilancia a las almas dormidas en el pecado y llevase por todo el mundo aquel fuego que Jesucristo vino a traer a la tierra .

Desde la niñez fue educado por sus padres, y de un modo especial por un río suyo arcipreste. Hiciéronle instruir primeramente en los usos de la Iglesia, a fin de que aquel a quien Dios había escogido para sí, como vaso de elección , ya en la niñez, como vasija nueva, se impregnase de fragancias de santidad y nunca más las perdiese.


C A P I T U L O I I I

SUS ESTUDIOS EN PALENCIA

Después fue enviado a Palencia para instruirse en las artes liberales, cuyo estudio a la sazón allí florecía.
Después que creyó haber asimilado lo suficiente estos conocimientos, dejando esta clase de estudios, como si temiese emplear con menos fruto la brevedad del tiempo, se entregó al estudio de la Teología y empezó con ardor a saborear las divinas enseñanzas, más dulces a sus labios que panales de miel .

Cuatro años invirtió en este sagrado estudio. Durante ellos, el afán de abrevarse en los arroyuelos de las Santas Escrituras hacíale esforzarse con tal tenacidad y constancia, que la misma pasión por aprender le impulsaba a pasar las noches casi insomne y la verdad que captara, grabada profundamente en su inteligencia, era retenida fijamente en su prodigiosa memoria.

Aquella perspicacia de ingenio, fertilizada con piadosos afectos, germinaba en frutos de salvación. Dichoso en esto ciertamente, conforme a la sentencia de la Verdad, que nos dice en el Evangelio: "Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan" .

Doble debe ser la custodia de la palabra divina: una por la cual retenemos en la memoria lo que nos entra por el oído y otra por la que llevamos a la práctica y manifestamos en las obras lo que hemos escuchado. Nadie puede dudar que este linaje de custodia sea más recomendable, del mismo modo que el grano de trigo, mejor se conserva soterrado en el campo que guardado en un arca . En nada se descuidaba el bienaventurado siervo de Dios: su memoria, como un prontuario, le ofrecía abundantes recursos para pasar de un tema a otro; sus costumbres, sus obras exteriores, pregonaban clarísimamente el tesoro escondido que llevaba en su sagrado pecho.

El Dios de las ciencias que premia esos santos anhelos, esos afectos de esposo enamorado de la divina ley, le acrecentó su gracia con el fin de que no sólo fuese idóneo para digerir el sorbo de leche , sino también para desentrañar con desembarazo los misterios de los más intrincados problemas y masticar con incomparable facilidad los más sólidos alimentos.


C A P I T U L O I V

DE LA BUENA INDOLE DE SANTO DOMINGO
DESDE SU INFANCIA


Desde la cuna dio muestras de su excelente carácter, siendo su prodigiosa infancia como un anticipo de las grandes empresas que había de llevar a cabo en su edad madura.

No se mezclaba en los juegos de los demás niños, ni era compañero de los que andaban con bagatelas , sino que, a semejanza del plácido Jacob, evitaba las inciertas correrías de Esaú , pegado al seno de la madre Iglesia, sin abandonar la santa quietud de la casa doméstica.

Allí veríais a un joven a la vez anciano; delataban la juventud los escasos años; revelaban la ancianidad la madurez de la conversación y la constancia de las buenas costumbres. Desdeñador de los halagos del mundo lascivo, siguió el sendero inmaculado de la virtud , logrando conservar para el dueño de su amor, lozana hasta el fin de sus días, la flor de su virginidad.

Decidió por entonces sustraer del vino a su cuerpo, no probando este licor durante diez años.


CAPITULO V

DE LA VISIÓN QUE TUVO SU MADRE


En aquellos primeros años se dignó el Señor, conocedor de los sucesos venideros, mostrar en indicios que algo extraordinario podía esperarse de aquel niño. Representósele a su madre, milagrosamente, con una estrella en la frente, para prefigurar, como después pudo verse, que sería luz de los pueblos , iluminando a aquellos que yacían en las tinieblas y sombras de muerte , según quedó comprobado después por la realidad.


CAPITULO VI

DE LA VENTA DE SUS LIBROS Y AJUAR PARA SOCORRER A LOS POBRES EN TIEMPOS DE HAMBRE


Siendo estudiante en Palencia, hubo gran hambre en casi toda España. Conmovido a causa de ello por la necesidad de los pobres y abrasado de afecto compasivo, resolvióse a seguir los consejos divinos, aliviando, en la medida de sus fuerzas, la miseria de los que estaban en peligro de perecer. Vendiendo los libros, aun los más necesarios, con todo su ajuar estudiantil, reunió una considerable suma, que repartió entre los pobres .

Este ejemplo de magnanimidad y liberalidad movió de tal manera los corazones de sus condiscípulos y maestros, que, sacudiendo su descuido y ruindad, distribuyeron desde entonces copiosas limosnas.



CAPITULO VII

CÓMO FUE LLAMADO A LA IGLESIA DE OSMA Y HECHO CANÓNIGO DE LA MISMA


Mientras disponía el varón de Dios estas ascensiones en su corazón y progresaba de virtud en virtud, mostrándose cada día superior a sí mismo a los ojos de sus compañeros, entre los que brillaba por su inocente vida como el lucero de la mañana entre las nubes , llegó su fama a oídos del obispo de Osma, quien, habiendo indagado diligentemente el fundamento de la misma, lo llamó para hacerla canónigo regular de su iglesia.

Desde el primer momento, cual estrella brillante, difundió su resplandor entre los canónigos, profundísimo en la humildad, sublime en la santidad cual ninguno, hecho para todos olor de vida para vivificar , como fragante incienso que sobre la ofrenda se consume .

Se maravillan todos ante tan precoz y nunca vista cumbre de perfección, y convinieron en nombrarle subprior, para que, colocado a mayor altura, iluminase a cuantos le contemplasen, arrastrándolos con su ejemplo. Como olivo que retoña y como ciprés que se alza hasta las nubes , se pasaba los días y las noches en el templo orando sin interrupción; entregado al ocio de la contemplación, apenas se le veía fuera de las tapias del monasterio regular.

Habíale otorgado Dios el don de llorar por los pecadores, por los desgraciados y por los afligidos; sus miserias afectaban lo más íntimo de su alma y se manifestaban al exterior en torrentes de lágrimas.

Era frecuentísimo en él pasar la noche en oración y, cerrada la puerta, elevar su plegaria al Padre . Durante esos coloquios divinos, los gemidos de su corazón se convertían en rugidos desgarradores, que no podía contener sin que al proferirlos se oyeran claramente de lejos.

Hacía a Dios constantemente esta súplica especial. Pedíale se dignase darle la verdadera caridad para cuidar y trabajar eficazmente en la salvación de los hombres, juzgando que sólo sería miembro de Cristo cuando se consagrase por entero a la salvación de las almas , a semejanza de Jesús nuestro Salvador, que se entregó totalmente por redimirnos.


C A P I T U L O V I I I

SU LECTURA ESPIRITUAL EN OSMA


Leía cierto libro titulado Las Colaciones de los Padres, que trata de la perfección espiritual y de los vicios que se le oponen.
Leyendo este libro y queriendo investigar en él las sendas de la salvación, trató con ánimo esforzado de seguirlas. Con la gracia divina le aprovechó no poco, este libro para la pureza de conciencia y para ilustrarse en la vida contemplativa.


C A P I T U L O I X

DE CÓMO EL OBISPO DE OSMA SALIÓ PARA LAS MARCAS Y EL BIENAVENTURADO DOMINGO CONVIRTIÓ A SU HOSPEDERO HEREJE


Estando así entregado a los abrazos de la hermosa Raquel, y no pudiendo Lía soportar ser postergada, le comprometió a que le librase de su fealdad con prolífica descendencia de obras de vida activa .
Aconteció por aquel tiempo que el rey Alfonso de Castilla deseaba casar a su hijo Fernando con una doncella noble de las Marcas. Con este motivo se dirigió al mencionado obispo de Osma, rogándole hiciese de procurador en aquella gestión. Accedió el prelado la demanda regia, y rodeándose de honrada compañía, según lo exigía su gran virtud, tomó también consigo al varón de Dios Santo Domingo, subprior de su iglesia, y emprendiendo el viaje, llegó a Tolosa.

En cuanto advirtió que los habitantes del país habían caído en la herejía, llenose de gran compasión su pecho misericordioso, considerando las innumerables almas que vivían miserablemente engañadas.

La misma noche en que llegaron a la ciudad, mantuvo el subprior una larga discusión con el hospedero, hombre hereje, y habló con tal fuerza de persuasión y calor, que no pudiendo aquél resistir al espíritu y sabiduría con que hablaba le redujo a la fe por la misericordia de Dios.


C A P I T U L O X

SEGUNDO VIAJE A LAS MARCAS

Saliendo de allí, después de muchos y grandes trabajos y dispendios, llegaron al lugar donde vivía la doncella; habiendo expuesto el objeto de su embajada y obtenido el consentimiento, regresaron presurosos para comunicado al rey.

Después que el obispo manifestó el éxito feliz de las gestiones y la aceptación de la joven, ordenó el soberano que volvieran nuevamente con mayor boato y magnificencia y condujesen con todo honor a la prometida de su hijo.

Emprendiendo de nuevo la trabajosa expedición, al llegar a las Marcas hallaron que entretanto había fallecido la doncella. Había Dios dispuesto más saludablemente el fin de aquel viaje, ya que serviría de medio para un matrimonio más excelente, las bodas eternas entre Dios y las almas, que de mil maneras serían arrancadas de diversos errores y pecados , como lo manifestaron los acontecimientos subsiguientes.



C A P I T U L O X I

CÓMO EL OBISPO FUE A VER AL PAPA Y LO QUE
CON ÉL TRATÓ


El obispo, enviando un mensajero al rey, aprovechó la ocasión para visitar con sus clérigos la Corte romana.

Presentándose al sumo pontífice Inocencio III, le suplicó insistentemente que, a ser posible, aceptara la dimisión de su cargo, alegando con muchas razones su insuficiencia y la inmensa dignidad del oficio, superior a sus fuerzas.

Confió también al Pontífice el íntimo propósito de su alma de consagrarse con todas sus fuerzas a la conversión de los cumanos si se dignaba atender su petición.

No solo rehusó el Papa aceptar su renuncia, mas ni siquiera le permitió que para remisión de sus pecados, y conservando su sede, entrase a predicar en territorio de los cumanos. ¡Ocultos juicios de Dios, que había ordenado los trabajos de tan santo varón para cosechar ubérrimos frutos en otra espiritual sementera de salvación!




C A P I T U L O X I I

DE CÓMO TOMÓ El HÁBITO DEL ClSTER
EL OBISPO DE OSMA

De vuelta para su patria visitó de paso el Cister. Prendado del trato de tantos siervos de Dios y atraído por la sublimidad de su Religión, recibió allí el hábito monacal, y tomando consigo algunos monjes de quienes pensaba aprender la nueva forma de vida, apresuraba su regreso a España, bien ajeno a los obstáculos que Dios iba a poner a su impaciente prisa.


C A P I T U L O X I I I

DEL CONSEJO QUE DIO A LOS EMBAJADORES
DEL PAPA

Por aquel tiempo el papa Inocencio había enviado doce abades de la Orden cisterciense con un legado para predicar la verdadera fe contra los herejes albigenses. Celebraban aquéllos una asamblea con los arzobispos, obispos y demás prelados de la región para estudiar el método más apto para llevar a cabo el objeto de su misión con el mayor fruto.
En estas deliberaciones estaban, cuando acertó a pasar por Montpellier, donde se celebraba la reunión, el obispo de Osma.
Sabedores de que el recién llegado era un santo varón, maduro e íntegro celador de la fe, le recibieron con todos los honores y le pidieron consejo.

Él, como hombre circunspecto y conocedor de los caminos de Dios, indagó primero los ritos y costumbres de los herejes, advirtiendo los manejos, exhortaciones y ejemplos de santidad simulada con que solían halagar pérfidamente a los incautos para hacerles caer en la herejía; y viendo, por el contrario, el grande y costoso aparato de caballos y vestidos de los enviados, les dijo: "No es éste, hermanos, a mi juicio, no es éste el camino. Creo imposible que vuelvan a la fe sólo con palabras estos hombres que se apoyan más bien en los ejemplos. Ved los herejes, que, bajo el color de piedad, simulando ejemplos de pobreza y austeridad evangélica, seducen a las almas sencillas. Con un espectáculo contrario edificaréis poco, destruiréis mucho y no lograréis nada."

"Sacad un clavo con otro clavo, oponed la verdadera religión a una fingida santidad; sólo con sincera humildad puede ser vencido el fausto engañador de los pseudoapóstoles. Así Pablo se ve precisado a pasar por insensato , relatando sus virtudes, austeridades y peligros por que ha pasado para vaciar la hinchazón de aquellos que se jactaban de sus méritos."

Los legados le contestaron: "¿Y qué nos aconsejáis, buen Padre?" Él repuso: "Practicad lo que me viereis practicar."


C A P I T U L O X I V

CÓMO FUE EL PRIMERO EN PONER EN EJECUCIÓN
EL CONSEJO DADO

En seguida, impulsado por el espíritu de Dios, llamó a los suyos y les dio orden de regresar a Osma con sus acémilas y aparatoso séquito, reteniendo en su compañía tan sólo un grupito de clérigos y declarando que era su propósito detenerse en aquella tierra para propagar la fe. Retuvo consigo al mencionado Domingo, subprior, al que tenía en mucho y amaba con entrañable afecto.

Este es fray Domingo, Fundador y fraile de la Orden de Predicadores, que desde este tiempo comenzó a llamarse no el Subprior, sino fray Domingo, hombre verdaderamente del Señor , preservado por el Señor, limpio de todo pecado, celador de sus preceptos.

Los abades, oído el consejo y animados por el ejemplo, determinaron hacer lo mismo; remitieron todos los bagajes a sus procedencias y no conservaron para sí más que los libros necesarios para el rezo, el estudio y la controversia. Tomando al obispo por superior y cabeza de toda la obra, yendo a pie, sin dinero, en voluntaria pobreza, comenzaron a predicar la fe.

Cuando advirtieron esto los herejes, empezaron ellos a su vez a predicar con más ahínco.


C A P I T U L O X V

DEL LIBRO ARROJADO TRES VECES
A LAS LLAMAS EN FANJEAUX

En Parmiers, Lavaur, Montreal y Fanjeaux había con frecuencia discusiones presididas por jueces deputados al efecto, a las cuales concurrían en días señalados magnates, militares y aun mujeres y plebeyos, deseosos de intervenir en las contiendas de la fe.

Fue por entonces cuando en Fanjeaux tuvo lugar una célebre discusión a la que asistió una gran muchedumbre de fieles y de herejes. Muchos católicos habían escrito diversas memorias que contenían argumentos de razón y de autoridad en confirmación de la fe. Habiéndolas comparado todas, resultó preferida y por unanimidad aprobada la que había escrito el bienaventurado varón Domingo, y resolvieron oponerla al libelo que, por su parte, habían redactado los herejes. Y se eligieron tres árbitros de común acuerdo para decidir cuál fuese el partido que alegaba mejores razones, y cuya fe era, por consiguiente, más sólida.

Después de gran discusión, no pudiendo avenirse los árbitros para tomar una decisión, resolvieron echar ambas memorias a las llamas, y si una de las dos no se quemaba, sería señal inequívoca de que contenía la verdadera doctrina. Encendieron, pues, una gran hoguera: al punto es pasto del fuego la de los herejes; la otra, en cambio, que escribiera el varón de Dios Domingo, no sólo quedó ilesa, sino que saltó lejos, repelida por las llamas, en presencia de todos. Echada a la lumbre segunda y tercera vez, otras tantas fue repelida, mostrando a las claras cuál era la verdadera fe y cuán grande era la santidad de su autor.

En cuanto al obispo y siervo de Dios don Diego, era tan insigne el esplendor de sus virtudes, que se conquistaba el afecto de todos cuantos le rodeaban, hasta de los mismos herejes. Solían decir éstos: que era imposible que un hombre como él no estuviera predestinado para la vida eterna, y que quizá por esto había ido a parar a aquellas tierras, para aprender de ellos la disciplina de la fe verdadera.


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FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE MONJAS
EN PRULLA

Con objeto de recibir a algunas nobles mujeres, a quienes sus padres, venidos a menos en fortuna, entregaban a los herejes, para que las educasen y mantuviesen, fundó un monasterio situado entre Fanjeaux y Montreal, en el lugar llamado Prulla, en donde hasta nuestros días las siervas de Cristo sirven a su Creador con grandes ejemplos de santidad e incomparable inocencia, llevando una vida meritoria para sí mismas, ejemplar para los hombres, jocunda a la vista de los ángeles y grata a los ojos de Dios.



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DEL RETORNO DEL OBISPO DE OSMA A ESPAÑA
Y DE SU MUERTE


En estos ejercicios de predicación permaneció el obispo Diego por espacio de dos años, transcurridos los cuales, temiendo que pudiera ser argüido de negligente en el gobierno de su iglesia oxomense si prolongaba su ausencia, determinó volver a España con el propósito de, una vez visitada su diócesis, tomar consigo algún dinero y volver para concluir el monasterio de religiosas y ordenar en aquella región, con asentimiento del Papa, algunos varones idóneos para la predicación, que se dedicasen a confutar los errores de los herejes y estar siempre prontos para defender la verdad de la fe.

A los que quedaron, los puso en lo espiritual bajo el gobierno de fray Domingo, como varón lleno del Espíritu de Dios, y, en lo temporal, de Guillermo Claret, de Pamiers, de forma que debía dar cuenta a fray Domingo de cuanto hiciese.

Despidiéndose luego de los compañeros, después de cruzar Castilla a pie, llegó a Osma, donde a los pocos días, atacado de enfermedad que le llevó hasta el fin, terminó la presente vida con gran santidad, recibiendo el fruto glorioso de sus trabajos y entrando a través del sepulcro en opulento descanso .

Cuéntase que, después de muerto, brilló con milagros, y no es de extrañar fuese poderoso ante la omnipotencia de Dios para obrar prodigios quien entre los hombres, en este miserable y triste destierro, estaba dotado de tantas gracias e irradiaba tanta hermosura de virtudes.



CAPITULO XVIII

REGRESO DE LOS QUE EL PAPA HABIA ENVIADO A LAS TIERRAS DE LOS ALBIGENSES


Conocida la noticia de la muerte del varón de Dios don Diego, todos los que habían quedado en aquellas tierras tolosanas regresaron a sus casas. Fray Domingo quedó solo allí en la brega de la predicación.

Algunos le siguieron por algún tiempo, sin estarle sometidos por deber de obediencia. Entre estos seguidores suyos estaban el citado Guillermo Claret y un cierto fray Domingo Español, que más tarde fue en España prior de Madrid.






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PREDICACIÓN DE LA CRUZADA CONTRA
LOS ALBIGENSES


Después de la muerte del Obispo de Osma comenzóse a predicar en Francia la cruzada contra los Albigenses, pues indignado el Papa Inocencio al ver que la indomable rebeldía de los herejes no se doblegaba al suave impulso de la verdad ni era quebrantada por la espada espiritual que es la Palabra de Dios , decretó fuesen impugnados con la fuerza de la espada material.

Esta represión del poder secular habíala el Obispo Diego predicho, aún en vida, como iluminado de espíritu profético.

Pues como refutase en cierta ocasión, de modo público y evidente, la errónea posición de los herejes ante muchos nobles, y estos sonriendo, defendiesen heresiarcas con razones sacrílegas, levantó, indignado, las manos al cielo y dijo: “Señor, extiende tu mano y hiérelos” .

Los que oyeron estas palabras las tuvieron por inspiradas cuando el castigo vino a esclarecerlas.







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DE LAS INJURIAS INFERIDAS A SANTO DOMINGO POR LOS HEREJES EN TIERRAS DE ALBIGENSES Y DE SU DESEO DE SEFRIR EL MARTIRIO

Durante el tiempo que estuvieron allí los cruzados hasta la muerte del conde de Montfort, fue fray Domingo el predicador afanoso de la Palabra de Dios.

¡Cuántas injurias sufrió en aquellos días de parte de los malvados! ¡Cuántas celadas hubo de soportar!

Cuando, en cierta ocasión, le amenazaron de muerte, contestó impertérrito: “No soy digno de la gloria del martirio; aún no he merecido esta muerte”.

Cruzando después por un lugar en que sospechaba le habrían puesto asechanzas, pasó gozoso cantando.

Habiendo llegado esto a conocimiento de los herejes dijéronle admirados de su inquebrantable fortaleza: “¿Acaso no temes la muerte? ¿Qué harías si te prendiéramos?" El Santo Respondió: "Os rogaría que no me mataseis de prisa con rápidos golpes, sino que prolongaseis mi martirio cortando sucesivamente los miembros, y, después de poner a mi vista las partículas cortadas, me arrancaseis los ojos y abandonaseis así, mi tronco bañado en su sangre, acabando con todo para que el martirio prolongado me alcanzase mayor corona."

Quedaron asombrados ante estas palabras los enemigos de la verdad y no pusieron más asechanzas a la vida del justo , para quien la muerte era más un obsequio que un perjuicio. Él se afanaba con todas sus fuerzas por conquistar almas para Cristo y sentía en su corazón una emulación casi increíble por la salvación de todos.


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DE LA VENERACIÓN QUE LE TENÍAN
A CAUSA DE SU CARIDAD

No le faltaba, ciertamente, aquella caridad que tiene su máxima expresión en el que da la vida por sus amigos . En una ocasión, persuadiendo con dulces exhortaciones a un infiel para que retornase al seno de la madre Iglesia, y respondiéndole él que las necesidades de la vida le obligaban a convivir con los herejes, porque ellos le proveían de sustento, que no podía obtener de otro modo, conmovido en lo más íntimo de su corazón, resolvió venderse a sí mismo para redimir la pobreza de aquella alma en peligro. Lo hubiera hecho si el Señor, que es rico para todos , no hubiera provisto por otro medio que se viese libre aquel hombre de la necesidad.

Crecía en santidad y fama el siervo de Dios Domingo, por lo que envidiábanle los herejes. Cuanto mejor era él, tanto menos podía resistir aquella claridad la malicia de aquellos ojos emponzoñados. Se mofaban de él y, acercándosele, le escarnecían , sacando mal del malvado tesoro de su corazón , pero mientras crecía la malquerencia de los infieles, le congratulaba la devoción de los fieles y era venerado de todos los católicos con mucho afecto, de suerte que la suavidad de su vida santa y la hermosura de sus costumbres llegó a ganarse el corazón de los mismos magnates. Los arzobispos, obispos y demás prelados de aquellas tierras teníanle por digno de todo honor.


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DE ALGUNAS POSESIONES QUE LE DIERON

El conde de Montfort, que le profesaba especial devoción, con aquiescencia de su familia, le dio para él y para sus sucesores o ayudantes en el oficio de la predicación la granja de Casseneuil.

Tenía además Santo Domingo la iglesia de Fanjeaux y algunas otras, con lo que podía proveer de sustento a sí y a los suyos.

Lo que podían ahorrar de los réditos, después de alimentados, lo daban a las monjas del monasterio de Prulla.

La Orden de Predicadores aun no había sido instituida; sólo se había tratado de fundarla, y entretanto el varón de Dios estaba con todas sus fuerzas consagrado a la predicación. Ni estaba en vigor aquella constitución posterior que prohibía recibir posesiones o conservar las recibidas.

Desde la muerte del obispo de Osma hasta el concilio de Letrán transcurrieron unos diez años, en cuyo tiempo estuvo el Santo casi solo.


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DE LOS DOS PRIMEROS FRAILES QUE SE PRESENTARON A FRAY DOMINGO


Aproximándose ya el tiempo en que debían encaminarse a Roma los obispos para celebrar el concilio de Letrán, se ofrecieron a fray Domingo dos hombres probos y hábiles de Tolosa. Uno fue fray Pedro Seila, más tarde prior de Limoges; el otro fue fray Tomás, muy gracioso y elocuente varón.

Fray Pedro entregó a fray Domingo y a sus compañeros unas grandes casas señoriales que tenía en Tolosa, cerca del castillo de Narbona. Desde entonces fijaron su residencia en Tolosa, viviendo en aquellas casas juntos todos los que le seguían, acostumbrándose a una vida más humilde y a conformarse con las costumbres de los religiosos.


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DE LOS RÉDITOS QUE LES SERVÍAN PARA EL SUSTENTO Y DEMÁS GASTOS

El obispo de Tolosa, Fulco, de feliz recordación, que amaba tiernamente al amado de Dios y de los hombres fray Domingo, viendo la gracia y piedad de sus frailes y el fervor de su predicación, entusiasmado con la aparición de aquella nueva luz, les otorgó, con el consentimiento de todo su cabildo, el sexto de las décimas de su diócesis, con lo que pudieron proveerse de libros y de todo lo necesario para el sustento.


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DE CÓMO EL MAESTRO DOMINGO FUE A VER AL PAPA EN COMPAÑÍA DEL OBISPO DE TOLOSA


Entonces juntose al obispo fray Domingo para ir al concilio de Letrán y pedir en común al papa Inocencio que confirmase para fray Domingo y sus compañeros una Orden que se llamase y fuese de Predicadores, e igualmente que ratificase los réditos asignados a los frailes por el obispo y por el conde.

Escuchada su solicitud, el Jerarca de la Sede romana exhortó a fray Domingo a que volviese a sus frailes y que con su consentimiento unánime, previa una madura deliberación, eligiesen una Regla de las ya aprobadas y el obispo les asignase una iglesia; después de lo cual volvería al Papa a recibir confirmación de todo.

Regresando, una vez celebrado el concilio, y habiendo comunicado a los frailes la resolución del sumo Pontífice, eligieron los futuros Predicadores la Regla del egregio predicador san Agustín, añadiéndole algunas observancias más austeras acerca de la alimentación, ayunos, lechos y uso de lana. Resolvieron y determinaron no tener más posesiones, para que la solicitud de las cosas terrenas no fuese obstáculo a la predicación, pero les pareció bien quedarse con las rentas.

El obispo de Tolosa, con asentimiento del cabildo, les cedió tres iglesias: una dentro de la ciudad, otra en la villa de Pamiers y la tercera entre Soréze y Puy-Laurens, Santa María de Lescure. En cada una de ellas debía haber casa prioral.



CAPITULO XXVI

DE LA PRIMERA IGLESIA ENTREGADA A LOS FRAILES EN TOLOSA

Durante el verano del año 1216 se cedió a los frailes la primera iglesia en la ciudad de Tolosa, que fue dedicada a San Román.

En las otras dos iglesias nunca habitaron los frailes. Mas junto a la iglesia de San Román pronto se levantó un claustro, con celdas bien dispuestas para poder estudiar y dormir.

Eran entonces los frailes en total dieciséis.

CAPITULO XXVII

MUERTE DE INOCENCIO III, ELECCION
DE HONORIO III Y CONFIRMACIÓN DE LA ORDEN

En el entretanto, el papa Inocencio acabó sus días, y le sucedió Honorio, a quien visitó en seguida fray Domingo, obteniendo de él la confirmación de la Orden, con todas las cosas que pretendía, plena y absolutamente, según se había proyectado y organizado de antemano.

CAPITULO XXVIII
MUERTE DEL CONDE DE MONTFORT, PREVISTA POR SANTO DOMINGO

El año 1217 determinaron los tolosanos insurreccionarse contra el conde de Montfort, lo cual fue de algún modo previsto sobrenaturalmente por el varón de Dios Domingo.

Se le mostró en visión un árbol de grandes proporciones y agradable aspecto, en cuyas ramas se cobijaban muchas aves. Resquebrajose el árbol, y los pájaros que en él anidaban huyeron.

Entendió aquél hombre lleno del espíritu de Dios a través de la visión que el conde de Montfort, príncipe sublime y tutor de muchos desvalidos iba a morir en breve. Invocando al Espíritu Santo, reunió a los frailes y les manifestó que, aunque eran pocos, había resuelto enviarlos por el mundo y que no habitasen más tiempo allí reunidos.

Se admiraron todos que hubiese dispuesto tan prematura dispersión; mas como reconocían en él una fuerza de santidad tan manifiesta, accedieron al punto, con la esperanza de que todo redundaría en bien.

Juzgó conveniente que eligiesen entre ellos un abad, como cabeza que los gobernase, reservándose él el derecho de corregirle.

Y resultó elegido canónicamente fray Mateo, primero y último abad de la Orden, pues en adelante dispusieron los frailes que el que hubiera de gobernarlos no se llamase abad, sino Maestro de la Orden en señal de humildad.


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DE LOS FRAILES ENVIADOS A ESPAÑA

Cuatro frailes salieron destinados para España: fray Pedro de Madrid, fray Gómez , fray Miguel de Ucero y fray Domingo .

Estos dos últimos, a su regreso de España, fueron enviados por el Maestro Domingo desde Roma a Bolonia, y allí quedaron. No habían podido cosechar en España fruto, según deseaban, mientras los otros dos sembraban la palabra de Dios la recogían abundante.

Fue ese mencionado, fray Domingo, varón de profunda humildad, menguado en ciencia, pero magnífico en virtud, del cual no será inútil referir algunos hechos.


C A P I T U L O X X X

DE CÓMO UN FRAILE LLAMADO DOMINGO VENCIÓ LA TENTACIÓN DE UNA MUJER

Tramaron en cierta ocasión unos malvados, enemigos quizás de este religioso, que una mujerzuela, desvergonzada meretriz, instrumento de Satanás, escollo de castidad, hoguera de vicios, se acercase a él con pretexto de confesarse. Se le presentó, pues, y le dijo: “vivo en perpetua angustia, consumida y abrasada por un hombre. Mas, ¡ay de mí! él no me comprende; y, si lo supiera, es posible que no quisiera corresponder al amor que hirió irreparablemente mi corazón. Dame un consejo; tú, que puedes, préstame remedio antes que perezca.”

Después de intentar con estas virulentas y seductoras razones aquella mala mujer empañar su inocencia, no pudiendo doblegar la acendrada virtud del fraile, preguntándole éste por la persona y causa del peligro, le declaró ella ser él mismo aquel fuego devorador.
"Vete ahora –le dijo– vuelve más tarde y tendré preparado un lugar a propósito. Y, entrando en la habitación, dispuso dos hogueras próximas una de otra, y en llegando la mujerzuela se echa él en medio, invitándole a hacer otro tanto. “Este –le dice– es el lugar digno de tal hazaña; ven y acuéstate si quieres”.

Horrorizada ella viendo aquel hombre impertérrito entre las llamas que lo envolvían, huyó dando gritos de arrepentimiento.

El fraile se levantó intacto, sin haber sido víctima por un momento ni del incendio material ni del fuego de la concupiscencia.


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DE LOS SIETE PRIMEROS FRAILES ENVIADOS
A PARIS


A París fueron enviados fray Mateo, elegido abad con fray Bertrán, que más tarde fue prior provincial de la Provenza, varón de gran santidad y de un rigor inexorable para consigo, acérrimo mortificador de su carne, que había copiado en muchas cosas la vida ejemplar de su Maestro Santo Domingo, compañero suyo en algunos viajes. Estos fueron destinados a París, con cartas del Sumo Pontífice, para establecer allí la Orden.

Los acompañaron otros dos frailes para estudiar en la Universidad, fray Juan de Navarra y fray Lorenzo de Inglaterra, al cual, antes de entrar en la ciudad, reveló el Señor muchas noticias acerca de la fundación, lugar del convento y multiplicación de vocaciones que tuvieron después realidad.

Aparte de este grupo, marcharon también a París fray Mamés hermano de madre de Santo Domingo, y fray Miguel, español en compañía de un fraile converso normando llamado Oderico.

Todos éstos fueron destinados a París, pero los tres últimos, marchando más presurosos, llegaron antes, haciendo su entrada en la ciudad el 12 de septiembre , tres semanas antes de que llegaran los compañeros. Alquilaron una casa junto al hospital de la Virgen María, frente al palacio del obispo de París



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DEL CONVENTO DE SANTIAGO, DADO EN PARÍS
A LOS FRAILES

El año del Señor 1218 fue cedida a los frailes la casa de Santiago, aunque no de un modo definitivo.

Hicieron la cesión el Maestro Juan, deán de San Quintín, y la Universidad de París, a instancias del papa Honorio, trasladándose a ella los frailes el día 6 de agosto.




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DE LOS PRIMEROS FRAILES ENVIADOS A ORLEÁNS

El mismo año fueron enviados a Orleáns algunos frailes jóvenes y sencillos, pequeña semilla de la futura gran cosecha.


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DE LOS PRIMEROS FRAILES ENVIADOS A BOLONIA

En los comienzos del año 1218 fueron enviados por el Maestro Santo Domingo, de Roma a Bolonia, fray Juan de Navarra, un tal fray Bertrán y, después de algún tiempo, fray Cristián, con un fraile converso, quienes para hacer la fundación sufrieron grandes estrecheces a causa de la pobreza.


C A P I T U L O X X X V

DE CÓMO EL MAESTRO REGINALDO
FUE MILAGROSAMENTE RECIBIDO EN ROMA
POR SANTO DOMINGO

El mismo año, estando en Roma Santo Domingo, llegó allí el Maestro Reginaldo, deán de San Aniano, de Orleáns, con intención de embarcarse . Varón de gran fama, docto, célebre por su dignidad por haber regentado durante cinco años en París la cátedra de Derecho canónico.

Habiendo llegado a Roma, fue preso de una grave enfermedad, en el transcurso de la cual le visitaba de vez en cuando el Maestro Santo Domingo. Exhortándole éste a abrazar la pobreza de Cristo y asociarse a su Orden, dio su libre y pleno asentimiento, de tal manera que hasta hizo voto de abrazarla.

Fue ciertamente librado de aquella mortal dolencia y trance peligrosísimo, mas no sin la intervención milagrosa de Dios.
En medio de los ardores de la calentura, la Reina del cielo y Madre de misericordia siempre Virgen María, se le apareció visiblemente, y ungiendo sus ojos, oídos, narices, boca, pecho, manos y pies con cierto bálsamo que traía, dijo estas palabras: "Unjo tus pies con óleo santo como preparación del Evangelio de la paz" y le mostró el hábito completo de la Orden.

Al punto quedó sano, y tan repentinamente recuperó las fuerzas corporales, que los médicos, que habían casi desesperado de su curación, testigos ahora de los claros síntomas de salud, estaban maravillados.

Contó este insigne prodigio Santo Domingo a muchos que aún viven, estando yo presente en una ocasión en que lo refirió en París ante muchas personas.



CAPITULO XXXVI

CÓMO EL MAESTRO REGINALDO PASÓ EL MAR Y VOLVIENDO A BOLONIA, RECIBIÓ EN LA ORDEN A MUCHOS, ATRAÍDOS POR SU PREDICACIÓN

Recuperada la salud, aunque ya había hecho profesión en la Orden, realizó el Maestro Reginaldo su viaje por mar, cumpliéndose así sus deseos, y de regreso vino a Bolonia el 21 de diciembre.
Se consagró de seguida y por entero a la predicación; su palabra era de fuego , y sus sermones, como antorchas encendidas , inflamaban los corazones de los oyentes, que apenas lo había tan endurecido que pudiera sustraerse a su calor .

Hervía Bolonia entera ante el nuevo Elías reaparecido .

En aquellos días recibió en la Orden a muchos boloñeses y comenzó a crecer el número de los discípulos, a los que se fueron agregando otros muchos.


CAPITULO XXXVII

DEL VIAJE DEL MAESTRO DOMINGO
A ESPAÑA Y SU REGRESO

El mismo año partió el Maestro Domingo para España, y fundadas allí dos casas, una en Madrid, que ahora es de monjas, y otra, en Segovia, la primera de frailes que hubo en España, regresando de allí, pasó por París el año 1219, donde encontró una treintena de frailes reunidos.

Permaneciendo allí poco tiempo, se encaminó a Bolonia, hallando en San Nicolás una numerosa comunidad, que apacentaba fray Reginaldo en la disciplina de Cristo con gran cuidado y diligencia. Todos recibieron con gozo al viajero, reverenciándole como a padre. Estableciendo allí su residencia, cuidaba aquella nueva plantación, tierna todavía, con espirituales amonestaciones y ejemplos.

CAPITULO XXXVIII

DEL TRASLADO DEL MAESTRO REGINALDO
A PARIS


Trasladó entonces a París al Maestro Reginaldo, no sin gran desolación de los hijos que con su palabra evangélica había engendrado para Cristo y lloraban al verse tan pronto arrancados de sus pechos maternales.

Mas estas cosas se realizaban por voluntad divina. Era algo maravilloso que al enviar el siervo de Dios Santo Domingo sus frailes a una y otra parte de la Iglesia de Dios, según hemos referido, obraba en todo con tal confianza, tan lejos de vacilación, contra la opinión, con frecuencia, de los demás, que parecía tener conocimiento cierto de cuanto había de suceder, cual si el Espíritu Santo se lo hubiera revelado. ¿Y quién se atreverá a ponerlo en duda?

Tenía en un principio pocos frailes, los más poco letrados, sencillos, y los enviaba diseminados por las iglesias, de suerte que los hijos de este siglo, juzgando según su prudencia, creían que, más que realizar grandes empresas, iba a destruir lo comenzado .

Ayudaba a los enviados con el sufragio de sus oraciones, y la virtud del Señor se encargaba de multiplicarlos.




C A P I T U L O X X X I X

DE LA LLEGADA DEL MAESTRO REGINALDO
A PARÍS Y DE SU MUERTE

Así que llegó a París fray Reginaldo, de santa memoria, impelido por su incansable fervor de espíritu, comenzó a predicar con la palabra y con el ejemplo a Jesucristo, y a éste, crucificado . Más pronto se lo llevó Dios de este mundo, consumiendo así en breve sus días, mas llenando con sus obras una larga vida . Atacado al poco tiempo de mortal enfermedad, se durmió en el Señor, partiendo a recibir las inestimables riquezas de la casa de Dios aquel que en esta vida se había mostrado generoso amigo de la pobreza y de la humildad.

Fue sepultado en la iglesia de Santa María del Campo, porque los frailes carecían aún de cementerio.

No puedo menos de recordar que, estando en vida fray Mateo, que le había conocido en el mundo vanidoso y delicado, preguntóle, como admirado, en cierta ocasión: “¿Estáis triste, Maestro, de haber tomado este hábito?”. A lo que respondió él con rostro humilde: “Creo que en la Orden no hago mérito alguno, pues siempre me gustó demasiado.”

C A P I T U L O X L

DE CIERTA VISIÓN OCURRIDA DESPUÉS
DE SU MUERTE

La misma noche que el espíritu del santo varón voló al Señor, yo, que no había cornada aún el hábito religioso, aunque sí había hecho voto en sus manos de tomarlo, veía a los frailes en una nave que se deslizaba entre las aguas. Sumergióse la nave que los llevaba, mas ellos salieron incólumes de las ondas. No dudo que esta nave era el mismo fray Reginaldo, apoyo entonces y sostén de los frailes.


C A P I T U L O X L I

DE OTRA VISIÓN HABIDA ANTES DE MORIR

A otro antes de morir parecióle ver que una fuente cristalina dejaba de manar, y en su lugar brotaban otros dos manantiales. Si encierra algo verdadero esta visión, no me atrevo a interpretarlo yo, bien conocedor de mi inutilidad. Una cosa es cierta, que en París sólo a dos recibió a la profesión de la Orden de los que fui yo el primero, y el segundo, fray Enrique, más tarde prior de Colonia, amadísimo en Cristo, según creo, con singular afecto, más que cualquier otro hombre, a quien yo miraba como un vaso de honor y de gracia. No recuerdo haber visto en este mundo criatura mejor dotada; ya que precozmente maduro se apresuró a entrar en el descanso del Señor, no será vano recordar aquí de cuántas virtudes fuese dueño.

C A P I T U L O X L I I
DÓNDE Y CÓMO FUE EDUCADO FRAY ENRIQUE

Fray Enrique, canónigo de la Iglesia de Utrecht, nacido de buena familia, fue educado desde la infancia por un santo y religiosísimo varón, canónigo de aquella iglesia, en toda virtud y temor de Dios . Pues como este varón justo y bueno, crucificando su carne, despreciase las seducciones de este siglo corrompido y fuese pródigo en muchas obras de piedad, imbuía el tierno espíritu del adolescente en toda práctica virtuosa, haciéndole lavar los pies de los pobres, frecuentar los templos, aborrecer los vicios, despreciar el lujo, amar la pureza.

Y el mancebo, que era de la mejor índole, se manifestaba siempre dócil a la disciplina, pronto para la virtud, de suerte que con los años crecían en él las buenas costumbres; quien tratase con él diría que era un ángel; como si la bondad fuese innata en él.

Al correr de los años fue a París, donde se consagró al estudio de la Teología, mostrando gran agudeza de ingenio y una razón sumamente disciplinada. Vino a parar junto a mí en la posada, y la convivencia nos estrechó en una suave y entrañable unión de corazones.

Entretanto, habiendo venido y predicado briosamente en París fray Reginaldo, de feliz memoria, prevenido con la gracia divina, concebí el propósito, y después en mi interior hice voto, de abrazar esta Orden, creyendo haber hallado la senda de mi salvación, según la había imaginado muchas veces deliberando en mi ánimo antes de conocer a los frailes. Una vez afianzado mi propósito, comencé a trabajar con todo ardor por persuadir al compañero y amigo de mi alma a que hiciera el mismo voto. Veíale, por su natural y buena disposición, aptísimo para el ministerio de la predicación.

Rehusábalo él, mas no por eso dejaba yo de insistirle con mayor tesón.

Le induje a que acudiese a fray Reginaldo para confesarse y recibir su exhortación. Al volver de él abrió el libro de Isaías como para interpretar la voluntad divina y sus ojos se fijaron en aquel lugar en que se dice: “El Señor me ha dado lengua de discípulo para sostener a los abatidos.

Cada mañana despierta mis oídos, para que oiga como a un Maestro. El Señor me ha abierto los oídos, y yo no me resisto, no me echo atrás” . Mientras le interpretaba estas palabras proféticas, que respondían con tanta propiedad a su intención, como si viniesen del cielo –era él de palabra elocuentísima– exhortábale a someter su juventud al yugo de la obediencia. Advertimos al poco rato aquello que sigue: “Permanezcamos juntos” , como un aviso de que nunca debía separarse el uno del otro en tan santa compañía.

Viviendo más tarde en Bolonia, me escribió él desde Colonia refiriéndose a ese texto: “¿Dónde está ahora el permanezcamos juntos, vos en Bolonia y yo en Colonia?”.

A lo que respondí: “¿Qué cosa más rica en méritos, qué corona más gloriosa que participar de la pobreza que Cristo quiso para sí y abrazaron los apóstoles, seguidores suyos, despreciar todo este mundo por amor suyo?”

Accedió al razonamiento, contra la rémora de su voluntad recalcitrante, que aconsejaba lo contrario.






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DE CÓMO SE DOBLEGÓ LA VOLUNTAD
DE FRAY ENRIQUE

Habiendo ido Enrique aquella misma noche a Maitines a la iglesia de la bienaventurada Virgen, permaneció allí hasta el amanecer orando e instando a la Madre de Dios que se dignase doblegar su voluntad ante aquel propósito.

Mas como le pareciese que nada adelantaba orando, ya que sentía la misma dureza de corazón, comenzó a compadecerse de sí mismo y a preparar la retirada, diciéndose: “Bien veo, Virgen bienaventurada, que no soy digno que me escuches, no hay lugar para mí entre los pobres de Cristo.”

Acuciaba su corazón el anhelo de aquella perfección, fruto para él de la pobreza voluntaria. Habíale mostrado el Señor en cierta ocasión cuán segura se presentaría la pobreza ante el rostro del divino Juez.


C A P I T U L O X L I V

DE CIERTA VISIÓN Y DE SU INTERPRETACIÓN


Cierto día, en visión, creyendo hallarse ante el tribunal de Cristo, veía la inmensa multitud de los que iban a ser jueces con Cristo y de los que iban a ser juzgados. Él, entre los reos, no teniendo conciencia de pecado alguno, pensaba seguro salir inocente, cuando uno que estaba al lado del Juez, extendiendo el brazo hacia él, le dice: “Tú, que estás ahí, di, ¿qué has abandonado por el Señor?”.
Espantóse por aquella pregunta de tan severo examen, pues no supo qué contestar. Y desapareció la visión. A raíz de este aviso anhelaba con mayor ansiedad el ideal de la pobreza evangélica, que aun retardaba la natural molicie de la voluntad.

De este modo, según queda referido, mientras se alejaba triste de la iglesia, reconviniéndose a sí mismo, removió los obstáculos de su corazón Aquél que mira a los humildes , y rompiendo al punto, en lágrimas, deshecho su espíritu se arrojó por entero delante del Señor y se quebró, aquella dureza por el soplo violento del espíritu, de tal suerte que el suave yugo de Cristo , que poco, antes le parecía insoportable, ablandado ahora con este óleo santo , se le hacía en todo liviano y agradable.

Levantándose bajo aquel ímpetu fervoroso, se llegó impaciente al Maestro Reginaldo y le expresó su deseo.

Regresando luego a mi lado, mientras observaba los vestigios de las lágrimas en su angelical rostro, como le preguntase de dónde venía, contestó: “Hice el voto al Señor y lo cumpliré.”

Diferimos, no obstante, el noviciado hasta la cuaresma, conquistando entretanto a uno de los compañeros, fray León, que con el tiempo sucedió a fray Enrique en el oficio de prior.





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INGRESO DE FRAY JORDÁN, FRAY ENRIQUE
Y FRAY LEÓN

Al llegar el día en que con la imposición de la ceniza se recuerda a los fieles su origen y su retorno al polvo, determinamos nosotros, como digno principio de penitencia, cumplir lo que habíamos prometido al Señor. Nada sabían aún nuestros compañeros de hospedaje.

Saliendo, pues, fray Enrique de la posada, preguntóle uno de los compañeros: “¿Adónde vais, don Enrique?”. “Voy a Betania”, contestó. Nada entendió entonces aquél de lo que con esta palabra quería dar a entender; comprendióle con la explicación del suceso al conocer su entrada en el convento, pues Betania significa casa de obediencia.

Llegando los tres juntos al convento de Santiago mientras caminaban los frailes Immutemur habitu, nos colocamos en medio de ellos de improviso, pero con oportunidad, y despojándonos del hombre viejo, vestimos allí el nuevo para que lo que ellos cantaban fuese en nosotros una realidad.


C A P I T U L O X L V I

DE UNA REVELACIÓN ACERCA DE FRAY ENRIQUE

Aquel santo varón que había educado a Enrique y otros dos virtuosos y espirituales varones de la misma Iglesia, que le profesaban grande amor, sufrieron gravísima contradicción al conocer su entrada en una Orden nueva e inaudita y desconocida por ellos. Contando como perdido un joven de tan grandes esperanzas, casi habían resuelto que uno o dos de ellos, marchando a París, lo apartasen y retrajesen de aquella, según creían, indiscreta resolución. Mas uno de ellos dijo: “No obremos con tanta precipitación; pasemos juntos esta noche en oración, rogando al Señor se digne manifestamos su voluntad.”

Llegada la noche puestos en oración, escuchó uno de ellos una voz de lo alto que decía: “El Señor es quien ha hecho esta obra; no podrá alterarse.”

Asegurados con esta revelación divina, desapareció su turbación. Escribiéronle a París contándole esta revelación por su orden y circunstancias y exhortándole a perseverar confiado. Yo mismo leí la carta, henchida de conceptos piadosos, destilando mieles de suavidad.



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DE LA SANTA VIDA Y DE LAS GRACIAS OTORGADAS POR DIOS A FRAY ENRIQUE

Dirigiendo la palabra al clero parisiense, concedió el Señor a la palabra de fray Enrique gracia abundante y maravillosa; su verbo vivo y eficaz penetraba con violencia en los corazones de los oyentes. No recuerdo haber visto en nuestros días ante el auditorio de París un predicador tan joven, tan elocuente y en todo tan gracioso.

Muchas y muy diversas gracias había acumulado Dios en este vaso de elección . Mostrabase siempre pronto a obedecer, inquebrantable en la paciencia, sereno en su mansedumbre, atractivo por su alegría, efusivo en su caridad; brillaban en él la honestidad de las costumbres, la sencillez de corazón y, en su cuerpo, la integridad virginal. Jamás miró ni tocó mujer alguna con intención impura.

Era modesto en la conversación, de palabra elegante, agudo de ingenio, bello semblante y porte decoroso; hábil escritor, perito en dictar, de voz melodiosa y angelical. Nunca se le veía triste o turbado, sino ecuánime y siempre alegre. Diríase que la justicia habíale, perdonado su austero rigor, apoderándose de él enteramente para sí la misericordia.

Con tal facilidad ejercía su influencia sobre los corazones de los demás y tan afable se mostraba con todos, que al poco rato de conversar te creyeras ser su amigo predilecto. Y necesariamente debía ser amado por todos, aquel a quien Dios había colmado de tal suerte con su gracia. Y sobrepujando a todos en cuanto se ha dicho, pareciendo destacarse de un modo especial en cada una de estas gracias, no se jactaba por ello, antes había aprendido de Cristo a ser manso y humilde de corazón .

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CÓMO FUE ENVIADO A COLONIA

Fue destinado con el oficio de prior a Colonia. Cuán opulento manojo de almas ganara para Cristo mediante la predicación entre las doncellas, viudas y verdaderos penitentes; cuán diligentemente llevó a muchos corazones y nutrió la llama de aquel fuego que el Señor trajo a la tierra , pregónalo todavía Colonia entera.

Solía proponer el nombre de Jesús dignísimo de toda veneración y reverencia; nombre –digo– que está sobre todo nombre , de suerte que aún hoy, cuando suena este nombre en el templo o la predicación, despierta la devoción en muchos corazones con espontáneas muestras de reverencia.


C A P I T U L O X L I X

DE SU MUERTE

Llegado el término de su dichosa existencia, en presencia de los frailes que oraban en torno suyo, descansó santamente en el Señor. Antes de expirar, mientras le administraban la extremaunción, él, como un fraile más rezaba en voz alta las letanías y oraciones. Terminada la ceremonia, amonestó a los frailes con tan devotas consideraciones, que excitaron en ellos copiosas lágrimas. ¿Quién podrá contar el llanto que acompañó su muerte, los sollozos y gemidos de doncellas y viudas, los suspiros de sus hermanos los frailes y amigos?.

Muchas cosas acerca de él sugiere el pensamiento; mas, para no alargar excesivamente la digresión, bastará recordar una sola de tantas que supe después de su muerte, referida por personas santas y fidedignas en la sinceridad de la confesión.


C A P I T U L O L

DE CÓMO SE APARECIÓ A CIERTO RELIGIOSO

Hubo en la ciudad de Colonia una venerable matrona que amó a fray Enrique en vida con extraordinaria devoción. Rogóle cierto día le prometiese que se le aparecería después de su muerte si fallecía él primero. Accedió a los ruegos de la señora mientras no se opusiera al beneplácito divino.

Habiendo muerto, aguardaba ella y ardía en deseos de ver realizada la promesa. Habíase acostumbrado a agitarse bajo el impulso de la tentación, padeciendo graves inquietudes acerca de la fe de parte del adversario sobre si las almas de los difuntos seguían viviendo o eran aniquiladas con la muerte. Después de esperar y desear por mucho tiempo, nada se le apareció. Con ello crecía: grandemente la tentación y decíase ella para sí: “Si algo de verdad hubiera en la vida futura que nos predican, aquel a quien tanto amé me habría cerciorado de ello.”

Mientras así se afligía, consumiéndose en su corazón, he aquí que fray Enrique se apareció a un varón religioso y le dice: “Vete a aquella matrona”, llamándola por su propio nombre, nombre que hasta entonces ignoraba aquel hombre, pues habiéndoselo cambiado en sus años infantiles por devoción, había prevalecido al nombre de pila, todo lo cual comprendió por vez primera aquel varón con la explicación que de ello le dio fray Enrique, “Vete a ella –le dijo– y, después de saludarla en mi nombre, añades: esto y aquello hiciste hasta ahora. No obrarás así en adelante, sino que guardarás tal y tal otra conducta.” Eran unos actos tan ocultos, que nadie sino ella los conocía.

Al tiempo que le decía estas cosas, notó aquel buen hombre que llevaba una piedra preciosa en el pecho, sobremanera luminosa y radiante, y una especie de muro enjoyado ante su rostro, en el que se regalaba su mirada. Y le preguntó: ¿Qué significa, señor mío, esta gema tan brillante en vuestro pecho y este muro precioso?". A lo que respondió: "La piedra preciosa es un indicio de la limpieza de mi corazón, que guardé en el siglo, y cuando la miro, me inundo de consuelo. Este muro es aquella parte del edificio del Señor que con mis consejos, predicaciones y confesiones levanté.”

Entretanto se presentó la Reina del cielo y Madre de misericordia, la Virgen María, y al acercarse dijo fray Enrique al vidente: “Esta es mi Señora, Madre del Salvador, que me escogió para su servicio; calcula cuánta será mi consolación en su compañía.” Y diciendo esto se fue con ella y juntos desaparecieron.

Llegó aquel buen hombre y refirióle ordenadamente a la matrona, descubriéndole algunas de aquellas cosas más secretas que le habían sido reveladas, entre otras señaladas, para probar la verdad de la aparición. Inundada ella de consuelo, quedó aliviada de la pesadilla de la tentación.

Pero más dulcemente la consolaba lo que más tarde experimentó ella misma. Estando un día reclinada sobre un arca en su aposento, repasando con piadosa delectación una antigua carta de fray Enrique, llegó a un pasaje que decía: “Recostaos y extinguid la sed de vuestra alma sobre el dulce pecho de Jesús.” Enardecida al recordar estas palabras, como si las escuchase de boca de uno que vive y está presente, fue arrebatada en espíritu y se vio a un lado del Corazón de Cristo; al otro estaba fray Enrique. Gustó en el arrobamiento tan profunda y maravillosa consolación divina, que, embriagada completamente por aquel torrente de espiritual dulcedumbre, no se dio cuenta de las voces de las criadas, que la llamaban a la mesa, donde su marido la esperaba. Por fin, volviendo en sí de aquella meliflua embriaguez del espíritu, recuperó los sentidos.

Terminados estos relatos de fray Enrique, prosigamos lo que falta.

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DEL PRIMER CAPITULO CELEBRADO EN BOLONIA

El año del Señor 1220 se celebró en Bolonia el primer Capítulo general de la Orden, al que asistí personalmente, enviado de París con otros tres frailes. Porque el Maestro Santo Domingo en sus letras había ordenado que fueran enviados cuatro frailes de París al Capítulo de Bolonia. Cuando recibí el mandato de asistir, aún no llevaba dos meses en la Orden.

En aquel Capítulo, por común acuerdo de los frailes, se estableció que los Capítulos generales se celebrasen un año en Bolonia y otro en París, quedando en que el año siguiente se celebrara en Bolonia.

Se ordenó también que en lo sucesivo no tuviesen nuestros frailes posesiones o rentas y que renunciasen a las que tenían en tierras de Tolosa.

Otras muchas cosas se determinaron allí, que hasta hoy se observan.

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DEL NOMBRAMIENTO DE FRAY JORDÁN PARA PROVINCIAL DE LOMBARDIA Y DE LOS FRAILES ENVIADOS A INGLATERRA


El año de 1221, en el Capítulo general de Bolonia, me impusieron el oficio de prior provincial de Lombardía. Cuando llevaba un año en la Orden y las raíces no habían ahondado lo suficiente, me pusieron a gobernar a los demás, siendo así que no había aprendido a regir mi vida imperfecta. En este mismo Capítulo se envió una comunidad de frailes a Inglaterra, con fray Gilberto por prior.

No estuve presente en dicho Capítulo.


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DE FRAY EVERARDO, QUE FUE ARCEDIANO
DE LANGRES

Ingresó entonces en París fray Everardo, arcediano de Langres, varón muy virtuoso, decidido y prudente. Como era muy conocido y famoso en el siglo a causa de su gran autoridad, tanto más edificó con su ejemplo al abrazar la pobreza.

Destinado conmigo –amábame tiernamente– para Lombardía, emprendió el camino con grandes deseos de ver al Maestro Domingo. Por todas las partes de Francia y Borgoña, que recorrimos juntos, en que antes había sido famosísimo, predicaba a Cristo menesteroso y pobre, al que llevaba en su cuerpo , hasta que enfermo en Lausanne, donde fuera en otro tiempo elegido obispo, no queriendo aceptar tal dignidad, terminó esta vida breve y miserable con muerte prematura, pero dichosa.

Poco antes de morir, después de ser desahuciado por los médicos, cosa que a él se le ocultaba, me dijo: “Si he de morir a juicio de los médicos, ¿por qué no se me dice?. Bien está ocultar esto a quienes el pensamiento de la muerte es amargo. A mí no me aterra la muerte . Nada tiene que temer quien, al destruirse la tienda de nuestra mansión terrena que es esta carne miserable espera en feliz trueque una casa no hecha por manos de hombre, eterna en los cielos" . Murió, pues, entregando el cuerpo a la tierra; el espíritu, al Creador.

De su feliz muerte fue para mí saludable indicio que al expirar, temiendo ser invadido por el dolor y la turbación, fui, por el contrario, henchido de tan grata devoción y gozo, que mi conciencia no permitía más llorar al que había partido para los goces eternos.


C A P I T U L O L I V

DE LA MUERTE DE SANTO DOMINGO


Entre tanto, acercándose el tiempo de su peregrinación, el Maestro Domingo enfermó gravemente en Bolonia.

Estando en el lecho del dolor, llamó a doce de los frailes más discretos y empezó a exhortarles al fervor, al celo por la Orden y a la perseverancia en la santidad inculcándoles que evitasen todo trato que pudiera parecer sospechoso con mujeres, sobre todo jóvenes.

Porque es siempre halagador y muy a propósito para seducir a las almas todavía no purificadas . “A mí –añadió– hasta esta hora, la misericordia divina me ha conservado en la incorrupción de la carne. Confieso, sin embargo, no haberme librado de la imperfección de haberme agradado más conversar con las jóvenes que con las mujeres de mucha edad.”

Antes de su muerte aseguró confiado a los frailes que les sería más útil después de muerto. Sabía a quién había confiado el depósito de sus trabajos y de su fecunda existencia, no dudando que le estaba preparada la corona de justicia , alcanzada la cual sería tanto más poderoso en obtener gracias cuanto más seguro entrase en los dominios del Señor.

Aumentándose el dolor de sus padecimientos, minado a la vez por el flujo y la fiebre, aquella alma piadosa, desligada de la carne, voló al Señor, que la había creado, trocando este lúgubre destierro por el consuelo eterno de la celeste morada .


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DE LA VISIÓN QUE TUVO FRAY GUALA EN LA MUERTE DE SANTO DOMINGO

El mismo día y a la misma hora, fray Guala, prior de Brescia, más tarde Obispo de la misma ciudad, estaba reclinado y ligeramente dormido en el lugar de la campana, cuando vio que los cielos se abrían y de ellos descendían dos escalas blancas. Una de ellas sosteníala Cristo en la altura y otra su santísima Madre. Por ambas subían y bajaban los ángeles. En la parte más baja, entre las dos escaleras, había una silla, y en ella, sentábase un fraile de la Orden con el rostro velado por la capucha, es costumbre sepultar a nuestros muertos.

Cristo, el Señor, y su santísima Madre iban tirando poco a poco las escalas, hasta que llegó a la cumbre el que en la parte inferior fuera colocado. Así fue recibido en el cielo, con inmenso esplendor y cantos angélicos. Se cerró aquella abertura deslumbrante del cielo y desapareció toda la visión.
El fraile que tuvo esta aparición, como se hallase muy débil y enfermo, recuperó al instante las fuerzas, partió inmediatamente para Bolonia, donde pudo comprobar que el mismo día y a la misma hora había muerto el siervo de Cristo Domingo, según lo oímos de sus mismos labios.


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DE LA SEPULTURA DEL MAESTRO DOMINGO Y DE LOS MILAGROS QUE EN ELLA SE OBRARON


Volvámonos algo todavía a las venerables exequias del bienaventurado varón.

Por los días en que ocurrió su muerte hacía de legado pontificio en Lombardía el venerable cardenal obispo de Ostia, hoy Romano Pontífice Gregorio, que había venido a Bolonia. Con este motivo, muchos señores poderosos y prelados de la Iglesia se hallaban también presentes.

Al saber la muerte del Maestro Domingo, a quien había tratado familiarmente y amado con grandísimo afecto, conocedor de su virtud y santidad, se presentó y quiso celebrar él mismo el oficio de la sepultura, estando allí presentes muchos que supieron su dichoso tránsito y eran testigos de la santidad de su vida. Todos ellos estaban convencidos que había recibido ya la estola de la inmortalidad .

Desprecio del mundo predicaba en aquellas exequias el ver cuán seguro es para conseguir una muerte preciosa y un descanso eterno en la sublime mansión desdeñar la vileza de este mundo.

Esto despertó la devoción del vulgo y la reverencia de los pueblos. Muchos atribulados de diversas enfermedades y dolencias acudían a su sepulcro, permaneciendo allí día y noche hasta alcanzar el remedio de sus males. Entonces testificaban sus curaciones suspendiendo en el sepulcro del Santo exvotos de cera en forma de ojos, manos, pies y de otros miembros, según hubieran sido las enfermedades o la salud devuelta de tan diversas maneras.

En medio de estos prodigios, apenas hubo un fraile que supiera agradecer estos favores divinos. Muchos creyeron que no debían aceptarse los milagros, no fuese que bajo manto de piedad cobrasen fama de interesados.

De esta suerte, guardando su fama con una santidad indiscreta, postergaron el común provecho de la Iglesia y sepultaron la gloria divina.

Consta que en vida resplandeció en virtudes y brilló en milagros, acerca de los cuales hemos oído contar muchas cosas, pero, por la discrepancia de los narradores, no han sido consignados aún por escrito, no sea que por contar una cosa sin plena certidumbre engendrase la duda en los lectores.

Séanos lícito referir algunos de los que con mayor certeza llegaron a nosotros.




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DE LA RESURRECCIÓN DE UN JOVEN EN ROMA


Estando en Roma ocurrió que un adolescente, sobrino del cardenal Esteban de Fossanova, montando a caballo, emprendió incautamente una carrera vertiginosa; fue arrojado a tierra, y, en estado gravísimo, era llevado entre sollozos. Creíanlo moribundo o acaso muerto del todo.

Cuando más crecía la angustia alrededor del difunto, se presentó el Maestro Domingo con fray Tancredo, varón bueno y fervoroso, prior en la misma ciudad de Roma y autor de esta relación. Díjole fray Tancredo: “¿Por qué disimulas?, ¿por qué no interpelas al Señor?, ¿dónde está tu compasión por el prójimo?, ¿dónde tu confianza en Dios?”. Conmovido por la exhortación del fraile y vencido por su compasión abrasadora, encerrado con el joven en una habitación, por virtud de sus oraciones le volvió a la vida, mostrándole sano y salvo a todos.


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DE CÓMO CONTUVO LA LLUVIA
CON LA SEÑAL DE LA CRUZ


Me contó también fray Bertrán, de quien hicimos mención al referir su traslado a París, que viajando con él, en cierta ocasión, se desencadenó sobre ellos una gran tempestad y la lluvia inundaba ya los caminos, cuando el Maestro Domingo, haciendo la señal de la cruz, contuvo ante sí el aguacero, de tal manera que al andar tenían siempre a tres codos de distancia una densa cortina de agua, sin que una sola gota salpicara la extremidad de sus vestidos.

Muchas curaciones de enfermedades han llegado a conocimiento nuestro, que hasta el presente no se han escrito, indicio de su santidad.


CAPITULO LIX

DE LA FISONOMIA ESPIRITUAL DE SANTO DOMINGO

Por lo demás, lo que es de mayor esplendor y magnificencia que los milagros, estaba adornado de costumbres tan limpias, dominado por tal ímpetu de fervor divino, que revelaban plenamente en él un vaso de honor y de gracia, un vaso guarnecido de toda suerte de piedras preciosas .

Su ecuanimidad era inalterable, a no ser cuando se turbaba por la compasión y misericordia hacia el prójimo. Y como el corazón alegra el semblante , la hilaridad y benignidad del suyo transparentaban la placidez y equilibrio del hombre interior.

Tal constancia mostraba en aquellas cosas que entendía ser del agrado divino, que, una vez deliberada y dada una orden, apenas se conocerá un caso en que la retractase.

Y como la alegría brillase siempre en su cara, fiel testimonio de su buena conciencia, según se ha dicho, la luz de su semblante, sin embargo, no se proyectaba sobre la tierra.

Con ella se atraía fácilmente el afecto de todos; cuantos le miraban quedaban de él prendados. Dondequiera se hallase, fuese de viaje con sus compañeros, en las casas con los hospederos y sus familiares, entre los magnates, los príncipes y los prelados, siempre tenía palabras de edificación y abundaba en ejemplos, con los cuales inclinaba los ánimos de los oyentes al amor de Cristo y al desprecio del mundo. En todas partes, sus palabras y sus obras revelaban al varón evangélico. Durante el día, nadie más accesible y afable que él en su trato con los frailes y acompañantes.

Por la noche, nadie tan asiduo a las vigilias y a la oración. En las Vísperas demoraba el llanto, y en los Maitines, la alegría . Dedicaba el día a los prójimos; la noche, a Dios; sabiendo que en el día manda el Señor su misericordia, y en la noche, su cántico . Lloraba abundantemente con mucha frecuencia, siendo las lágrimas su pan de día y de noche ; de día principalmente cuando celebraba la santa misa, y de noche, cuando se entregaba más que nadie a sus incansables vigilias.

Era costumbre tan arraigada en él la de pernoctar en la iglesia, que parece haber tenido muy rara vez lecho fijo para descansar. Pasaba, pues, la noche en oración, perseverando en las vigilias todo el tiempo que podía resistir su frágil cuerpo. Y cuando venía el desfallecimiento y el espíritu cansado reclamaba el sueño, entonces descansaba un poco, reclinando la cabeza delante del altar o en algún otro sitio, o sobre una piedra, como el patriarca Jacob , para volver de nuevo al fervor del espíritu en la oración. Todos los hombres cabían en la inmensa caridad de su corazón, y, amándolos a todos, de todos era amado.

Consideraba ser un deber suyo alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran , y, llevado de su piedad, se dedicaba al cuidado de los pobres y desgraciados.

Otra cosa le hacía también amabilísimo a todos: que, procediendo siempre por la vía de la sencillez, ni en sus palabras ni en sus obras se observaba el menor vestigio de ficción o de doblez.

Verdadero amigo de la pobreza usaba siempre vestidos viles. En la comida y en la bebida era templadísimo: rechazaba las viandas delicadas, gustoso se contentaba con un solo plato y usa del vino aguándolo de tal forma y tenía tal imperio sobre su carne, que atendía a las necesidades corporales sin embotar la sutileza de su espíritu.

¿Quién será capaz de imitar en todo la virtud de este hombre? Podemos admirarla, y a su vista considerar la desidia de nuestros días: poder lo que él pudo fruto es no ya de virtud humana sino de una gracia singular de Dios, que podrá reproducir en algún otro esa cumbre acabada de perfección. Mas para tan alta empresa, ¿quién será idóneo?.

Imitemos, hermanos, en la medida de nuestras fuerzas, las huellas paternas, dando al mismo tiempo gracias al Redentor, que concedió tal caudillo a sus siervos por él regenerados, y pidamos al Padre de las misericordias que, regidos por aquel espíritu que mueve a los hijos de Dios, caminando por las sendas de nuestros padres , merezcamos llegar sin descarríos a la misma meta de perpetua felicidad y sempiterna bienandanza en la que nuestro Padre felizmente ya entró. Amén.


CAPITULO LX

DE LA VEJACIÓN SUFRIDA POR FRAY BERNARDO
DE PARTE DEL DEMONIO


Terminado el relato de aquellas cosas que debía recordar acaecidas en los días del Maestro Domingo, quedan por referir algunos hechos ocurridos después. Habiendo fallecido en Lausanne, según dijimos, fray Everardo, proseguí el viaje hasta entrar en Lombardía para desempeñar el cargo que me habían impuesto en aquella Provincia. Había entonces allí un tal fray Bernardo de Bolonia atormentado por un cruel espíritu, hasta el punto que de día y de noche se agitaba violentamente, causando gran disturbio entre los frailes. No hay duda que esta tribulación venía dispuesta por la misericordia divina para ejercitar la paciencia de sus siervos.

Pero voy a contar cómo vino esta prueba a dicho fraile. Después de su entrada en la Orden, estimulado por el dolor de sus pecados, deseaba a menudo que el Señor le infligiese alguna prueba purgativa. Representábasele con frecuencia a su ánimo si quería ser afligido con la posesión diabólica. Horrorizábase con ello y no podía consentir. Por fin, después de mucho deliberarlo, sintiéndose en cierra ocasión más indignado por sus pecados, consintió en su ánimo que su cuerpo, para purificarse, fuese entregado al demonio, según él me lo refirió. Y al punto, lo que había concebido en su corazón, se verificó, por permisión divina, en realidad.

Muchas cosas admirables por labios suyos profirió el demonio. Algunas veces, el poseso, que no era muy perito en Teología y en conocimientos escriturísticos, decía tan profundas sentencias acerca de los mismos, que aun pronunciadas por San Agustín se juzgarían dignas de encomio.

Gloriábase muchísimo, llevado de la soberbia, de que alguno prestase oído a sus pláticas.

De vez en cuando me proponía que, si yo dejaba de predicar, también cesaría de tentar a los frailes. “Lejos de mí –le respondí– aliarme con la muerte, pactar con el infierno. Con tus tentaciones, muy a pesar tuyo, aprovecharán los frailes y se robustecerán en la vida de la gracia, pues tentación y prueba es la vida del hombre sobre la tierra" .

Esforzábase con fraudulentas y paliadas razones por sembrar en nuestros corazones la semilla de su maldad; mas, cuando lo advertí, le dije: “¿Por qué tantas veces redoblas con nosotros tus engaños?. No ignoramos tus intenciones”. Respondió él: “y yo conozco tu condición: lo que al primer ofrecimiento rechazas y desprecias, admitirás al fin fácil y gustoso, vencido por mi importunidad.” Escuchen bien esto los soldados de Cristo para quienes la lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los príncipes y potestades de estas tinieblas, contra los celestes espíritus del mal , para que aprendan por la continua diligencia de sus mismos enemigos a permanecer en su fervor y evitar la flojedad de su espíritu enervado.
Y lo que es más, otras veces usaba, como si predicase, de tan eficaces razones, que con su modo de pronunciarlas, tan piadosas y profundas a la vez, arrancaba copiosas lágrimas a los corazones de los oyentes.

De modo maravilloso perfumaba de vez en cuando con suavísimos olores, superiores a todos los que hacen los hombres, el cuerpo del fraile poseso. Esta forma de tentación procuró malévolamente en mí mismo simulando hallarme gravemente atormentado con aquellos perfumes que parecían traídos por un ángel del cielo, cuando era él mismo quien tendía aquellas celadas para sugerir una temeraria presunción de santidad.

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DE LA TENTACIÓN DEL OLOR PROCURADO
POR EL DEMONIO

Cuando en cierta ocasión afligió gravemente en presencia nuestra a aquel religioso, comenzó a simular turbación y a decir en voz potente: “¡Mira qué olor, mira qué olor, mira qué olor!”. Y al poco rato, habiéndose derramado aquel perfume sobre el fraile, demostró con rostro y voz simulados el horror y desprecio que padecía. Y me dijo: “¿Sabes lo que más aborrezco?. Mira, el ángel de este fraile, que le consuela con muy suaves perfumes, se llegó, y con su regalo me produjo gran tormento; pero yo te traigo de mis tesoros ungüentos de otro género, con los que yo suelo obsequiar.” No bien hubo terminado de hablar, llenó el aire de hedores sulfurosos, pretendiendo con ello paliar el engaño del anterior perfume.

Como hiciese lo mismo conmigo, desconfiando de mis méritos, andaba yo muy perplejo dudando en aquella incertidumbre hacia dónde dirigiría mis pasos, envuelto siempre en aquella penetrante fragancia. Apenas me atrevía a sacar las manos, temeroso de perder aquella suavidad cuya naturaleza aún desconocía. Si llevaba el cáliz, como suele llevarse el Cuerpo del Señor, percibía tal suavidad y olor maravilloso saliendo de la copa, que la grandeza de tanta dulzura era capaz de transmutarme enteramente.

Mas no permitió el Espíritu de la Verdad que durasen mucho tiempo las añagazas del espíritu del mal, pues cierto día, antes de celebrar la misa, mientras rezaba atentamente el salmo “Iudica, Domine, nocentes me” eficaz para rechazar las tentaciones, al meditar el verso “Todos mis huesos dirán, ¿quién hay, Señor, semejante a Ti?” , repentinamente se derramó sobre mí la inmensidad de aquella dulcísima fragancia que parecía inundar las mismas médulas de mis huesos.

Estupefacto y sorprendido por el suceso tan desacostumbrado, rogué al Señor que, si estas cosas procedían de asechanzas diabólicas, se dignase revelármelo y no me permitiese más que fuese atormentado por el poderoso el pobre que no contaba con ayuda alguna. En acabando mi oración al Señor, sea dicho en alabanza suya, recibí tanta luz interior, indicio tan claro de certidumbre por la verdad que se me infundió, que ya no dudé más que todo aquello eran ficciones del enemigo engañador.

Descubierto el misterio de la iniquidad, cercioré a aquel fraile de la tentación diabólica y cesó en ambos la emanación olorosa. Entonces comenzó a maldecir y proferir torpezas el que antes acostumbraba a decimos pláticas tan devotas. Preguntándole: “¿Dónde están tus hermosos sermones?”, me respondió: “Descubierto el secreto de mi fraude, voy a obrar el mal manifiestamente.”


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DE LA INSTITUCIÓN DE LA ANTÍFONA "SALVE REGINA" DESPUÉS DE COMPLETAS


Esta vejación tan cruel de fray Bernardo fue la causa que nos movió a ordenar en Bolonia se cantase después de Completas la antífona Salve Regina. De esta casa comenzó a propagarse por toda la provincia de Lombardía y al fin en toda la Orden triunfó la piadosa y saludable costumbre. ¿Cuántas lágrimas de devoción no arrancó esta santa alabanza de la santísima Madre de Cristo? ¿Cuántos afectos no conmovió al cantarla o al escucharla, qué dureza no ablandó y a quiénes no excitó piadosos deseos en sus corazones?. ¿O no creemos que la Madre de nuestro Redentor gusta de tales alabanzas y se recrea con estos elogios?.

Contóme un varón religioso y fidedigno haber visto con frecuencia en espíritu mientras los frailes cantaban “Ea, pues, abogada nuestra”, que la Madre de Dios se postraba ante la presencia de su Hijo rogándole por la conservación de toda la Orden.

He querido recordar esto para excitar más en adelante hacia la Virgen la devoción de los frailes que esto lean.





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DE LA EXHUMACIÓN DEL CUERPO DEL BIENAVENTURADO DOMINGO

Cuando se hizo la traslación de los restos del bienaventurado Domingo, apenas roto el duro cemento con palas de hierro y se hubo levantado con gran dificultad la losa que cubría el sepulcro, salió un perfume tan intenso, que superaba todos los aromas y no se parecía a ningún olor natural. Brotaba no sólo de los huesos, cenizas y caja, sino también de las manos de cuantos habían tocado esto, durando por muchos días .

CAPITULO LXIV

CARTA ENCICLICA SOBRE LA TRASLACIÓN DEL CUERPO DEL BIENAVENTURADO DOMINGO

“A los amados frailes de la Orden de Predicadores, en el dilecto Hijo de Dios, fray Jordán, humilde Maestro y siervo de la misma Orden, salud y gozo sempiternas.
En su inescrutable sabiduría suele la bondad divina diferir muchas veces el bien, no para privar de él, sino para que esperando se logre con más abundancia en tiempo conveniente. Fuere que Dios quería proveer más piadosamente a su Iglesia, fuere que en todas las cosas ha de haber distintas opiniones, llevados de una simplicidad sin prudencia, afirmaban que bastaba fuese conocida de Dios la inmortal memoria del siervo del Altísimo Santo Domingo, Fundador de la Orden de Predicadores, y no debía preocupar que llegase al conocimiento de los hombres.
Una cierta niebla encubría de tal suerte los corazones de los frailes, que apenas se hallaba quien correspondiera con gratitud condigna al favor de la divina gracia.
Excitada después de la muerte del varón de Dios la devoción de los pueblos, concurriendo muchos que andaban afligidos por diversas enfermedades y dolencias y permaneciendo allí día y noche, confesaban haber recibido el remedio de la salud. Y así traían los testimonios de sus curaciones en diversos exvotos de cera representando ojos, manos, pies y otros miembros, según había sido su enfermedad corporal o la múltiple salud recuperada, y los suspendían del sepulcro del bienaventurado varón. Ciertamente, manifestaba con milagros en el mundo la vida gloriosa que poseía en el cielo.
Pareció a muchos que no debían recibirse estos milagros por no incurrir en la nota de ambiciosos debajo de aquel pretexto.
Descolgaban, pues, y destruían las imágenes ofrecidas, y mientras con una santidad indiscreta eran celosos de su propia opinión, no tuvieron en cuenta el común provecho de la Iglesia, oscureciendo la gloria divina. Otros pensaban de distinto modo, pero batidos por espíritu de pusilanimidad, no se oponían a ello.
Y así permaneció como adormecida y sin ninguna veneración de santidad, casi por espacio de doce años, la gloria del bienaventurado Padre Santo Domingo.
Estaba, pues, escondido el tesoro sin prestar utilidad y sustraía los beneficios el supremo Dador de las gracias. La equidad de la justicia exigía que se negasen los favores a quienes se esforzaban en ocultar las gracias y la gloria de Dios. Porque el grano no llegará a cuajar en fruto si cuando brota es pisoteado muchas veces .
Brotaba muchas veces la virtud de Domingo; pero la sofocaba la negligencia de sus hijos. Él, paciente y muy misericordioso, aguardaba con paciencia; pero, no oyéndose voz ni sentimiento que promoviese el culto debido al varón de Dios Santo Domingo, dio el Señor ocasión que excitase la desidia de los frailes.
Creciendo en Bolonia el número de los religiosos, fue necesario ampliar casa e iglesia. Para las nuevas edificaciones se derribaron las antiguas, y el cuerpo del siervo de Dios quedó expuesto a la intemperie. ¿Quién, capaz de razonar, juzgaría digno que el espejo de pureza, vaso de castidad, sagrario virginal, órgano del Espíritu Santo, el cuerpo de aquel que en toda su vida, como declaró en su última confesión delante de doce frailes, no arrojó del hospicio de su alma al dulce Huésped con culpa mortal, permaneciese así cubierto en tan humilde sepulcro?. Vueltos, pues, en sí algunos frailes, trataban de trasladarlo a un lugar más decoroso; pero ni esto querían hacer sin licencia del Romano Pontífice. Verdaderamente, en muchas cosas se comprueba que la virtud de la humidad se hace acreedora de la mayor exaltación. Podían ciertamente enterrar por sí a su Padre los que eran a un tiempo hermanos e hijos; pero, al buscar para esto mayor autoridad, obtuvieron un bien mejor; pues así esta traslación gloriosa no fue una traslación simple, sino canónica.
Con todo, pasó algún tiempo mientras los frailes preparaban urna decente y otros fueron al sumo pontífice Gregorio para solicitar su permiso. Más él, como varón de gran celo y fe, los reprendió muy duramente por no haber tratado a tan gran Padre con el honor que se debía. Y añadió: “Conocí a este varón, perfecto imitador de toda Regla apostólica, el cual no dudo esté asociado en la gloria con los santos apóstoles.” Escribió luego al arzobispo de Rávena que, por cuanto Su Santidad, embargado por muchos negocios, no podía asistir personalmente, asistiese él con sus obispos sufragáneos.

Quiso así Dios todopoderoso, con la autoridad del Pastor de la Iglesia universal, poner de manifiesto las nieblas del descuido; y él mismo abrió su mano desde lo alto y tronó con el fragor de los milagros, para dar a entender de modo manifiesto que toda aquella corre de la celestial Jerusalén se regocijaba con inmensa alegría y se congratulaba de que la gloria de su gran conciudadano fuese revelada a los hombres. Pues los santos, excluido ya el principio de la envidia y unidos íntimamente al amor divino, quieren extender a todos la abundancia de su bendición, Alcanzan vista los ciegos, movimiento los cojos, salud los paralíticos, hablan los mudos, se impera la fuga a los demonios, ceden las fiebres y quedan desterradas diversas enfermedades y se muestra con claridad a todos la santidad de Domingo, el elegido de Dios. A Nicolás, inglés, de mucho tiempo paralítico, vimosle saltar del lecho en esta solemnidad. La enfermedad de un lobanillo incurable cedió al hacer un voto. Sanan los apostemas y resplandecen clarísimamente otros muchos milagros, leídos y expuestos en su canonización delante del Sumo Pontífice y los señores cardenales. Ni es de maravillar que pudiera hacer estas cosas reinando con Dios quien, vestido de carne mortal, sacó ileso de las llamas el libro de la fe; conoció proféticamente que la Virgen Madre asistía a un fraile enfermo; contuvo la lluvia con la señal de la cruz; encendió con su oración una candela en el bosque; libró a un novicio de los ardores con que le abrasaba el vestido seglar; ahuyentó el demonio con la cruz; anunció a dos la muerte del cuerpo y a otros dos la del alma; en Roma resucitó a dos muertos; en la hora de la muerte vio a Cristo que le llamaba; a un discípulo que estaba diciendo misa se le apareció coronado, y a otro fue mostrado en un trono de gloria que subían en dos escalas blancas María Santísima y su Hijo. La bula de su canonización que despachó nuestro señor el papa Gregario testifica otros muchos insignes milagros suyos y los fastigios gloriosos de su virtuosa vida. Llegó, pues el célebre día de la traslación de este Doctor eximio: concurre el venerable arzobispo de Rávena y una multitud de obispos y prelados; afluye la devoción de una muchedumbre incontable de diversas regiones, vienen tropas armadas de los ciudadanos de Bolonia para evitar que les quiten el santísimo cuerpo. Los frailes están angustiados, pálidos, y oran tímidos, temiendo, dónde no había que temer , que el cuerpo de Santo Domingo, que tanto tiempo había estado expuesto a la inclemencia de las lluvias y de los calores enterrado en un vulgar sepulcro, como un cadáver cualquiera, al descubrirse apareciese lleno de gusanos, despidiendo repulsivo hedor, y así se oscureciese la devoción a tan gran santo. No sabiendo qué hacer, no les quedó otro consuelo que encomendarse enteramente a Dios.
Llegase la piadosa devoción de los obispos, lléganse otros con los instrumentos idóneos, levantase la piedra, unida con fuerte argamasa al sepulcro, bajo la cual había una caja de madera embutida en el mismo suelo como el venerable pontífice Gregorio la había colocado siendo obispo de Ostia.
Había en la parte superior del arca un pequeño agujero, y apenas se levantó la losa, comenzó a exhalarse por él un perfume maravilloso, cuya fragancia pasmó a todos los presentes sin conocer su origen. Mandaron levantar la cubierta de la caja, y al punto parece haberse abierto una apoteca de ungüentos, un paraíso de aromas, un jardín de rosas, un campo de azucenas y violetas, una suavidad que superaba la de todas las flores. Es víctima en otros tiempos Bolonia de un hedor intolerable, debido a los carros que entran, pero cuando se abre el sepulcro del glorioso Santo Domingo, aquel olor, que excede la suavidad de todos los perfumes, lo purifica todo. Pásmanse los circunstantes y estupefactos caen en tierra. De aquí se originan llantos dulcísimos, mézclanse también los gozos, el temor y la esperanza, y, sintiendo la suavidad del perfume maravilloso, hacen el alma campo de batalla donde se empeñan en dulcísimos combates.
Sentimos también nosotros la dulcedumbre de esta fragancia, y damos testimonio de lo que vimos y experimentamos. Porque nunca podíamos saciamos de este dulce olor, aunque estuvimos mucho tiempo junto al cuerpo del heraldo de la palabra divina, Santo Domingo. Aquella suavidad alejaba el fastidio, infundía devoción, suscitaba milagros. Si se tocaba el cuerpo con la mano, con algún cordón o con otra cosa, quedaba impreso el olor por mucho tiempo. Convenía ciertamente que aquel cuerpo que de modo tan perspicuo había en vida conservado inmaculada su virginidad por la gracia de Dios, diese testimonio de ella después de muerto para gloria y honra del Creador; que donde no se había exhalado hedor de liviandad, emanase ahora suavidad de fragancia, y que quien viviendo sobre la tierra fue órgano odorífero del Espíritu Santo por su limpieza virginal y la posesión de todas las virtudes, ahora debajo de la tierra se convirtiese en alabastro de olorosos ungüentos y que un perfume correspondiese al otro.
¡Oh aroma suavísimo! ¡Olor inefable, cuya suavidad, si hubiese olfateado el antiguo patriarca Isaac, se alegrara en verdad y dijera: “He aquí el olor de mi hijo como el olor de un campo al que Dios ha bendecido” . ¿Por ventura no bendijo el Señor a aquel de quien testifica la palabra divina: “Este recibirá la bendición del Señor y la misericordia?” . ¿O es que no le bendijo en verdad el Señor cuando le previno con tantas bendiciones, unas de lo alto por la abundancia de las virtudes celestiales con que resplandeció en vida, otras del abismo por la fragancia que después de muerto brotó del sepulcro? Por eso su memoria persevera en bendición.
Era tan fuerte y tan admirable aquel olor, que por su inusitada suave olencia superaba a todos los aromas y no se parecía a ningún aroma de cosa natural. No sólo estaba adherido a los huesos, polvos y urna del sagrado cuerpo, sino que se comunicaba a cualquier cosa que se les juntase, de suerte que llevado el objeto a lejanas regiones, conservaba largo tiempo el aroma. En las manos de los frailes que tocaron las sacrosantas reliquias de tal manera se pegó, que por mucho que se lavasen y frotasen durante muchos días, conservaban las huellas de la fragancia.
Diferentes personas de la ciudad recibieron el beneficio de varias curaciones al contacto de los polvos sagrados. Tan prudente y suavemente dispuso las cosas la sabiduría del Redentor, que sirvió para vivificar los cuerpos muertos el cuerpo de aquel cuya lengua feliz cuando vivía fue medicina saludable de las almas enfermas, y fuese tenida entre los mortales por digna de toda veneración, debido a aquellos resplandecientes milagros, aquella carne santísima que por la gloria de la virginidad había sido hermana de los ángeles. ¿Qué extraño es que guardase virtudes espirituales el polvo de aquel cuerpo en que el Espíritu de Dios, distribuidor de todas las virtudes, había morado tanto tiempo?.
Fue llevado el cuerpo a un sepulcro de mármol para sepultarlo allí con sus propios aromas. Salía del santo cuerpo un olor maravilloso que pregonaba a todos de modo evidente ser olor de Cristo el Santo.
Celebró la misa solemne el arzobispo, y siendo el tercer día de Pentecostés, entonó el coro el Introito “Recibid el gozo de vuestra gloria, dando gracias a Dios, que os llamó a los reinos celestiales”, voces que los frailes escucharon en medio de su regocijo como salidas del cielo. Suenan las trompetas, y los pueblos encienden una multitud innumerable de antorchas, celébranse decorosas procesiones y en todas partes se bendice el nombre de Cristo.
Fueron dadas estas letras en la ciudad de Bolonia, a 24 de mayo del año del Señor 1233, indicción VI, ocupando la Sede romana Gregorio IX y gobernando el Imperio Federico II, a honra y gloria de Nuestro Señor Jesucristo y de Su siervo fidelísimo el bienaventurado Domingo.”

C A P I T U L O L X V
PLEGARIA AL BIENAVENTURADO PADRE DOMINGO

Sacerdote santísimo de Dios, confesor admirable, predicador eminente, beatísimo Padre Domingo, virgen, elegido del Señor, grato y amado de Dios con predilección; glorioso en vida, doctrina y milagros: nos gozamos en tenerte por eficaz intercesor ante el Señor, Dios nuestro. A ti, a quien venero con especial devoción entre los Santos y elegidos de Dios, clamo desde lo íntimo de mi corazón en este valle de miserias. Ruégote, Padre piadosísimo, socorras a mi alma pecadora, privada de toda virtud y gracia y envuelta en las manchas de muchos defectos y pecados.
Sé propicio a mi alma culpable y desdichada, ¡oh alma bendita y bienaventurada del varón de Dios, enriquecida con la bendición copiosa de la gracia divina! Pues no sólo tú fuiste llevada al descanso dichoso, a la mansión de la paz y a la gloria celestial, sino que el ejemplo de tu admirable vida atrajo a otros muchos a esta misma bienaventuranza, incitados por sus dulces consejos, instruidos por tu sana doctrina e imitados por tu ferviente palabra. Séme, pues, propicio, bienaventurado Domingo, e inclina tus piadosos oídos a la voz de mi súplica.
Refugiándose en ti mi pobre y necesitada alma, se prosterna en tu presencia con cuanta humildad puede; se esfuerza en presentarse lánguida a tus pies; moribunda, intenta, en cuanto puede, suplicarte, rogándote que con tus poderosos méritos e intercesión piadosa te dignes vivificarla, sanarla y henchirla con el don de tu copiosa bendición. Yo sé y estoy seguro que puedes, confío en tu gran caridad que quieres y espero de la inmensa misericordia del Salvador que alcanzarás de Él cuanto pidieres.
Espero, ciertamente, de tu íntima amistad con Jesucristo, tu muy amado, y elegido entre todos, que nada te negará; pues ante El, que, aunque Dios y Señor, es, sin embargo, amigo tuyo, obtendrás cuanto quieras. ¿Qué podrá el amado negar a quien tanto le ama? ¿Qué no dará a aquel que abandonándolo todo se entregó a sí mismo y a todas sus cosas?. Así realmente lo creemos y así te alabamos y veneramos.
Tú en tu más tierna edad, consagraste tu virginidad al Esposo de las Vírgenes.
Tú, hermoseado por el agua bautismal y adornado por el Espíritu Santo, ofreciste tu alma al Rey de los reyes en el altar de tu castísimo amor.
Tú, educado desde un principio en la vida cristiana enderezaste tus pasos hacia la cumbre de la santidad.
Tú, creciendo de virtud en virtud, marchaste siempre adelante en el camino de la perfección.
Tú hiciste de tu cuerpo una hostia viva, santa y grata a Dios.
Tú, instruido por magisterio divino, te consagraste enteramente al Señor.
Tú, emprendiste resueltamente el camino de la santidad, desprendiéndote de todo lo temporal para seguir desnudo a Cristo desnudo y prefiriendo atesorar para la vida eterna antes que para la presente.
Tú, negándote ardorosamente a ti mismo y tomando virilmente tu cruz, te esforzaste en imitar los ejemplos de nuestro Maestro y Redentor.
Tú, devorado por el celo de Dios y por el fuego de lo alto te consagraste al servicio de la religión apostólica incitado por tu excesiva caridad y siguiendo tus ansias de perfección evangélica y para tan noble fin instituiste la Orden de Predicadores, realizando de este modo los designios divinos.
Tú, con tus gloriosos méritos y ejemplos, iluminaste la santa Iglesia, dilatada por todo el orbe.
Tú, dejando esta cárcel corporal, ascendiste gloriosamente a la patria de los elegidos.
Tú, ceñida la estola de gloria, asistes ante el trono de Dios para interceder por nosotros.
Te ruego, pues, que me ayudes a mí y a todos los que me son gratos; como también a todo el clero, al pueblo universal y al piadoso sexo de las mujeres; tú, que con tanto celo anhelaste la salvación del género humano.Tú, entre todos los santos, eres mi esperanza y mi consuelo después de la bienaventurada Reina de las vírgenes.Tú eres mi refugio predilecto. Acude, pues, propicio en mi socorro. A ti únicamente me acojo, a ti me acerco confiado, a tus pies, humilde, me prosterno.

A ti, suplicante, invoco e imploro como Patrono; a ti me encomiendo con devoción; dígnate, pues, te ruego, recibirme, guardarme, protegerme con bondad para que, con la ayuda de tu protección merezca alcanzar la deseada gracia de Dios, encontrar su misericordia, y obtener al fin para mi salvación los remedios de la vida presente y futura.

Alcánzame todo esto, ¡oh maestro!, alcánzamelo; ¡que todo sea así, te suplico, caudillo egregio, Padre Santo, bienaventurado Domingo!. Socórreme, te ruego y a todos los que te invocan; sé para nosotros verdadero Domingo, esto es, custodio vigilante del rebaño del Señor. Vela siempre por nosotros y gobierna a los que están encomendados. Corrígenos, y corregidos, reconcílianos con Dios; y después de este destierro preséntanos gozoso al Señor y a nuestro salvador Jesucristo, Hijo muy amado y altísimo de Dios, cuyo honor, alabanza, gloria, gozo inefable y eterna felicidad, con la gloriosa Virgen María y toda la corte de moradores celestiales, permanece sin fin por los siglos de los siglos.
Así sea.